Joan Miró: la unión entre la mística y la vanguardia
El Museo Diocesano de Barcelona y la catedral acogen una muestra que reflexiona sobre la importancia de la ascética en la obra del pintor catalán
Mística y vanguardia podrían parecer dos términos alejados el uno del otro y, sin embargo, llegan a converger en un artista: Joan Miró. Siguiendo su estilo propio y bajo la influencia del movimiento vanguardista, múltiples estudios han reconocido una serie de símbolos místicos que manifiestan el interés del autor hacia el ámbito ascético y espiritual. Así lo expone la muestra Miró. Mística y vanguardia, una compilación de 55 obras y un audiovisual, Je rêve d’un grand atelier (Sueño con un gran taller), que albergan el Museo Diocesano de Barcelona y la sala capitular de la catedral. Las obras proceden de seis prestadores, entre ellos la Fundación Amyc-Fran Daurel, la Fundació Pilar i Joan Miró de Palma de Mallorca o la galería Joan Prats. La composición, expuesta hasta el 18 de junio, ofrece un rico diálogo entre las obras de Joan Miró (ya sean óleos, gouache, acuarelas o litografías) y algunas obras románicas que forman parte de los fondos del Museo Diocesano.
Si hemos oído decir el «dime qué lees y te diré quién eres», en Miró estalla esta realidad con la obviedad de la influencia de las lecturas en sus obras. Con la Biblia en mano a la hora de pintar, o rodeado de su biblioteca construida a partir de lecturas ascéticas y místicas, iniciaba el proceso de creación. Es aquí donde entra el concepto de despojamiento de las formas y la paulatina conquista del vacío para plasmar recorridos de ascensión espiritual a través de recursos simbólicos y metafóricos, limitándose a elementos esenciales y mínimos.
El artista recibía influencias poéticas y artísticas. Ejemplo de ellas son el lenguaje visual y poético de Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire, Apollinaire, Paul Eluard, Max Ernst y otros que manifestaron interés por las cuestiones religiosas y espirituales, especialmente André Masson, con quien Miró compartió taller desde 1922 a 1923 y de quien recibió influencias plásticas además del acceso al conocimiento alquímico. Hablamos del interés de expresar lo invisible con medios pictóricos.
En la pieza audiovisual se puede contemplar un Miró habituado en su terreno de juego: el taller solitario embriagado de arte. Sumergido entre lienzos y pinceles, es donde nace su mundo interior. Él mismo afirma: «Siento cada vez más que un mundo nuevo nace en mi espíritu». Consecuencia de todos sus intereses es la creación de un universo simbólico personal con algunos elementos característicos distinguidos, como el ojo o la escalera. El ojo, tal como explica J. Óscar Carrascosa, comisario de la exposición, es «uno de los símbolos fundamentales de Miró, que decreta la condición de ser vivo y espiritual de los personajes que lo poseen y parecen tener vida propia, independiente de los cuerpos a los que pertenecen». Se trata, en muchos casos, de un ojo inquisidor, una estrategia de Miró de crear miradas que interrogan al receptor. También la escalera es reconocible dentro de su simbolismo, pues la utiliza como instrumento de elevación espiritual del hombre y como herramienta de lucha sociopolítica. En ambos casos, comenta Carrascosa, «reflejan el ámbito de la evasión y la búsqueda de una vía de escape de una realidad humana que choca con la naturaleza espiritual del hombre».
Al paso de las salas se advierte el notorio interés de Miró por reflejar los elementos de la tierra. En este sentido, llama especialmente la atención el pronunciado protagonismo que tiene la serie de aguafuertes sobre la obra Cántico del hermano sol, de san Francisco de Asís, que crea Miró en 1975 con el título Cántico del sol y que ocupa gran parte del espacio, juntamente con unos versos del mismo. Miró compartía con el santo la concepción de la expresión artística como forma de devoción religiosa, haciendo uso de las formas como una emanación trascendental. Una de las zonas de meditación para el artista era su taller: contemplaba sus obras y, a partir de allí, en solitud, creaba. No le importaba tanto el cuadro, sino el mensaje. En más de una ocasión se ha descrito a Miró como un hombre hermético e introvertido, pero esta muestra nos dispone a acercarnos al silencioso genio de mundo interior desbordante.
Nació en Barcelona en 1893 en una familia de artesanos —su padre era orfebre y sus abuelos herreros y ebanistas—, pero no quisieron que Miró fuera artista. Por eso estudió Comercio y trabajó como empleado en una droguería. Pero debido a unas fiebres tifoideas tuvo que retirarse a una masía para respirar aire puro y allí comenzó a pintar.