Joan Albert Vicens: «Se hicieron milagros en Auschwitz con la ayuda de Dios»
Este profesor de Filosofía en la Universidad Ramón Llull analiza a través de cuatro personas, Primo Levi, Robert Antelme, Franz Stangl y Etty Hillesum, cómo da de sí el ser humano sometido a la prueba extrema de un campo de concentración. A los 80 años de la liberación de aquel lugar de exterminio, Humanos en Auschwitz (editorial Claret) revela que también hubo allí amor incondicional.
Recientemente se cumplió el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz y usted titula el libro por la humanidad. ¿Qué fue del ser humano en aquel campo de concentración?
Por los campos nazis pasaron seres humanos que lo fueron de todos los modos posibles. Expresando con sus actos todo lo que un ser humano puede ser: desde una crueldad inimaginable al amor incondicional. Ser inhumano también es una forma de ser humano, pero amar, que también sucedió allí, es la forma más propia de ser «humano».
Como filósofo, ¿qué ha aprendido de quienes vivieron la peor maldad, pero también la mayor bondad, del hombre?
Entre otras cosas, que la persona es capaz de lo mejor y de lo peor, y lo peor muchas veces se hace creyendo falsamente hacer lo mejor y virtuosamente. Los nazis querían construir una sociedad racialmente pura y próspera, y se empeñaron en ello con lealtad, eficiencia, profesionalidad, compañerismo…; todas las virtudes de una empresa moderna. No podemos equivocarnos al fijar los fines, hay que hacerlo críticamente, postulando el respeto absoluto al ser humano.
Escoge cuatro figuras que pasaron por allí para mostrar cuánto es capaz de soportar una persona. Cuénteme algo especialmente llamativo de cada uno y por qué los eligió a ellos.
Mi libro se centra en cuatro personajes muy distintos que nos han dejado su testimonio y sus reflexiones antropológicas en textos valiosos. El italiano Primo Levi, preso en Auschwitz, describe el proceso de demolición del ser humano que tenía lugar en los campos buscando incluso la complicidad de las víctimas, y destaca a algunos compañeros que practicaron la compasión y la solidaridad. El francés Robert Antelme, preso en Alemania, afirma la unidad de la especie humana, de la que nadie puede ser excluido. La holandesa Etty Hillesum, que murió en Auschwitz, creyó que la mejor respuesta al nazismo era poner de relieve lo Infinito del hombre, el Dios presente en cada persona: su libertad, su dignidad absoluta, su capacidad de amar sin límites. Frente a los anteriores, Franz Stangl, comandante de Treblinka, aparece como el hombre normal que se convierte en un gran criminal para evitarse problemas.
Tras analizar una experiencia tan brutal, ¿cree que el hombre de hoy está exento de repetir tamaña crueldad?
De ninguna manera. Levi dice que cuando se parte de la premisa «Todo extranjero es enemigo», la conclusión del razonamiento es Auschwitz, que fue un complejo sistema ideológico, político, administrativo, económico y policial cuyo objetivo era la marginación, exclusión, deportación y eliminación de judíos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, disidentes, etc. Hoy, desgraciadamente, estamos reiniciando aquel recorrido cuando se etiquetan como enemigos a colectivos enteros de personas, a los emigrantes pobres en primer lugar, y se atiza el odio contra ellos, se exige su marginación y su deportación. Solo hay que ver lo que está sucediendo en Estados Unidos y lo que piden algunos en nuestro país.
Dice usted que en el lugar de la mayor desesperación brotó también la libertad. ¿Cómo puede ser eso?
La realidad humana es obertura. Nada está del todo decidido cuando se trata del ser humano. Existe en él la capacidad de decir NO. Es la «transcendencia» de la persona que se ejerce incluso, como dice Antelme, con la resistencia corporal a morir. En el libro explico como en las circunstancias más extremas hubo quien dijo NO al proyecto nazi de deshumanización y condena a muerte de los deportados, y ese NO se hizo patente de muchas maneras y, a veces, no haciendo nada más que intentar sobrevivir sin dañar a nadie.
Este hombre en busca de sentido que nos ha legado Viktor Frankl, ¿lo corrobora usted? ¿Aquellos que tenían un motivo para sobrevivir fueron más capaces de enfrentarse a no solo la maldad humana, sino a las temperaturas, a las enfermedades, a la angustia?
Es cierto lo que dice Frankl; eso ayudó a muchos a sobrellevar aquella situación. Pero creo que de eso no podemos sacar ningún juicio moral. Todos aguantaron como pudieron y lo que pudieron; unos inspirados por ciertos principios y otros impulsados por su simple deseo de continuar vivos. En unos y otros vemos a la persona en su dignidad.
Hábleme del papel de Dios en ese infierno en la tierra.
Muchos deportados —la mayoría eran judíos—, se preguntaban si Dios los había abandonado en aquel infierno. Hubo respuestas ateas, agnósticas y creyentes a este interrogante. Los creyentes más esperanzados coincidieron en dos respuestas. La primera: Auschwitz no es cosa de Dios sino de los hombres, y Dios (Jesús, para los cristianos) también sufre encarnado en todas las víctimas. La segunda, con la ayuda de Dios, presente en cada uno, se podían hacer milagros en Auchwitz, salvar así la dignidad del hombre menospreciado: compadeciendo, amando, ayudando al compañero, o, simplemente, viviendo contra los designios nazis.