Jesús viene a mí... y no sólo una vez
Las Primeras Comuniones que se están celebrando en esta época son un día muy bonito, pero sólo si, de verdad, es la Primera Comunión, y luego se sigue recibiendo a Jesús muchas otras veces. Eso es lo más importante que deben enseñar los padres y los catequistas. Varias personas, de todas las edades, nos cuentan cómo fue ese día para ellos
En estos días de celebración de Primeras Comuniones, recuerdo la primera vez que recibí a Jesús (eso es la Comunión) con ocho años. Nos preparábamos y la hacíamos en el colegio el día de María Auxiliadora (24 de mayo), ya que era un colegio de salesianas de María Auxiliadora. El vestido era el mismo que usaron mis hermanas mayores, y no tuve regalos. Recuerdo que estuve con gripe prácticamente hasta la víspera, pero me animaba la ilusión que tenía por que llegara ese día. Se celebraba a primera hora de la mañana, porque, entonces, no se podía comer nada 12 horas antes, como respeto a Jesús que venía a nosotros como alimento. Tanto en la familia como en el colegio, nos insistían mucho en la importancia de comulgar, de unirnos a Jesús no sólo ese día, sino con frecuencia, porque solamente Jesús puede darnos fuerza para ser cada vez más amigos suyos. Él mismo nos lo dice: «Sin mí, no podéis hacer nada». Como era a primera hora, luego desayunábamos chocolate en casa, la familia más directa: padres, hermanos, abuelos y algún tío. Aunque mis recuerdos son muy vagos, estoy segura de que la formación que siguieron dándonos en la familia ha ayudado a que ahora, ya mayor, necesite, cada vez más, estar unida a Jesús y recibirle con frecuencia.
Carmen (66 años)
¿Vas a hacer la Primera Comunión? Pues te cuento la mía. Más o menos tenía tu edad. Aquel año sólo pensaba en el fútbol y en terminar la colección de cromos con los jugadores de mi equipo, que si te cuento la alineación del Atlético de Madrid de entonces, creerás que tengo más de mil años. Mi madre me dijo: «Pasado mañana vas a recibir al Señor». Mi madre me decía las cosas así, en el mismo tono que se dicen a un adulto. Como sabía que era algo muy importante, iba a las claras, sin atajos, sin palabras dulces ni adornos. «Sólo te digo una cosa: cuando comulgues, cierra los ojos y quédate en silencio con Él, no te distraigas. No es que de repente vayas a oír música de ángeles o cosas raras, pero, como es la primera vez que Él está dentro, permanece atento». Le hice caso, estuve atento, mucho. Cerré los ojos y ahí estuvimos los dos. Te prometo que, desde entonces, cada vez que comulgo hago lo mismo, guardo silencio y cierro los ojos. No hago más que acompañarle, Él conmigo y yo con Él. No siento nunca nada. ¿Sentir? Si quieres sensaciones, echa un partido. Lo suyo es compañía, como la de tus amigos cuando están cerca. ¿Que no oyes nada? Le oirás en la vida, dale tiempo a conocerte…
Javier Alonso Sandoica, sacerdote
El día de mi Primera Comunión fue un día mágico, no sólo por el encuentro con el Señor (lo cual fue lo más importante), sino también porque fue un día de paz y tranquilidad en la familia, en el que todos estaban felices y unidos. Recuerdo el momento en el que mis padres me dieron la vela, la luz de Jesús. No entendí muy bien el porqué de mi emoción, pero con el tiempo me he dado cuenta de que siempre voy buscando la luz que me marque el camino, la luz de la alegría y del amor. Mi catequista fue Paloma, una joven muy comprometida con la Iglesia. Cuando la veo, nos quedamos hablando largo y tendido. Para mí, fue la persona que me incitó a seguir siendo quién era, siempre de la mano de Jesús. Un día, en catequesis, los niños me decían que cómo iba a creer si me gustaba el rock, que eso no era de ser buenos cristianos. Paloma les dijo: «Las personas siempre tendrán un interior, y si está lleno de Dios, es tan buen cristiano como el resto». Al día siguiente, nos puso grupos de música de rock cristiano y vi que no estaba sola. Desde entonces, aprendí a vivir a contracorriente. Luego, he tenido momentos en que pensaba que, si decía mis creencias religiosas, no encajaría. Discutirás o acabarás llorando, pero de la mano de Jesús, recordando el momento de la Comunión, en el que Él entra en ti, se solucionará.
Irene (20 años)
La autora de este testimonio es una de las hijas de la familia Olguín Mesina, aunque son más conocidos como Valivan (www.valivan.com). Junto con sus padres y sus tres hermanos, elaboran la serie de televisión La casita sobre roca. En ella, fray Juan intenta, desde las enseñanzas de Jesús, solucionar los problemas que le plantean Renata, el ratoncito Timoteo, la rana Leopoldo y el pelícano Rodolfo. Uno de los últimos episodios que han hecho es un especial dedicado a la Primera Comunión. Para hacerlo, seguro que los miembros de esta familia se han inspirado por recuerdos como éstos:
Mi madre era catequista en el colegio y fue ella quien me preparó para mi Primera Comunión. Como ella ama profundamente la Eucaristía, nos transmitió ese amor y la conciencia de que ése era un momento muy importante en nuestra vida. A partir de ese día, íbamos a poder recibir a Jesús todos los domingos y, si queríamos, cada día. Recuerdo conversaciones con mi madre. «¿Sabes lo que vas a hacer el día de tu Primera Comunión?». No podía entender algo tan grande, pero tenía la conciencia de que era grande. ¡Y a la vez era muy sencillo! Dios quería estar dentro de mí, y yo podía abrirle la puerta de mi corazón.
Hice mi Primera Comunión en el santuario de Nuestra Señora de Schoenstatt, en Barcelona. Quise hacerla allí porque era un sitio muy especial para mí. Todo fue muy sencillo. Lo más importante era recibir a Jesús. Me confesé y, después, en Misa, comí el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Recuerdo ese momento: no entendía muy bien, pero sabía que era importante y sagrado.
Al terminar la Misa, mis padrinos me regalaron una Biblia que sigo usando ahora, y en la dedicatoria había una frase que me sigue acompañando: «…que de ahora en adelante la persona más importante de tu vida sea Jesús». Luego, lo celebramos con mucha alegría, comiendo algo que habían preparado algunos amigos. La verdad es que doy muchas gracias a Dios por mis padres y por la sencillez con la que quisieron hacerlo todo, para que yo entendiera qué era lo más importante.
María Valeria Olguín (25 años)
Cuando fue elegido el Papa Francisco, ya publicamos aquí esta foto de su Primera Comunión (de pie, con su hermano Óscar). De la Comunión, además de recibir a Jesús, lo que más marcó al futuro Papa fue el papel de su catequista, la Hermana Dolores, del colegio de la Misericordia en el que él estudiaba. Esta religiosa, además, le ayudó en otro momento muy importante, cuando, con 21 años, estuvo muy enfermo y le tuvieron que quitar un trozo de pulmón. Cuando le curaban la herida, le dolía mucho y nada de lo que le dijeran le consolaba. Hasta que la Hermana Dolores le dijo: con tu dolor, «le estás imitando a Jesús», y eso le dio mucha paz. Ya de mayor, cuando era sacerdote y luego obispo, iba muchas veces a visitar a las religiosas, y celebraba Misa cada vez que había una fiesta importante en la escuela. Pero, para él, la Hermana Dolores siempre tuvo un lugar especial: «Fue su catequista y nunca la olvidó. La visitó hasta su muerte, y cuando falleció pasó la noche entera en oración, se negó a comer nada. Agradecía continuamente esta catequesis que le había dado», explicó una religiosa del colegio cuando se supo que ese niño que había recibido allí a Jesús era el nuevo Papa.