Jesús: un nombre, una vocación
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios / Evangelio: Lucas 2, 16-21
La liturgia de esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios nos vuelve a presentar el Evangelio de la Misa del día de Navidad —con alguna pequeña variación—. La elección de esta página es significativa. Precisamente al octavo día del nacimiento de Jesús, la liturgia nos propone el pasaje que recuerda el rito de la circuncisión y de la imposición del nombre del niño.
Las otras lecturas que se proclaman en este primer día del año complementan el cuadro presentado en el Evangelio. La primera lectura tomada del Libro de los Números presenta la fórmula de bendición que Moisés recibió del mismo Dios, recordándonos así que nuestra vida se encuentra bajo la bendición del Señor. La segunda lectura de la Carta a los Gálatas señala que con el nacimiento de Jesús ha comenzado la plenitud de los tiempos. De este modo, la eternidad ha atravesado el tiempo y ha rescatado su sentido. Aquí el papel de María (la mujer) parece poco relevante, pero realmente su disponibilidad ha hecho posible este encuentro. La presencia del Hijo de Dios es la condición para que todos podamos vivir como hijos en Él, vinculados a Él para siempre.
Meditemos sobre el Evangelio de este domingo, que nos muestra la escena de los pastores de Belén. Invitados por los ángeles a alegrarse por el nacimiento del Salvador y deseosos de encontrar la señal anunciada, se pusieron en camino, aprisa, movidos por la obediencia a la palabra que habían recibido de lo Alto. Su peregrinación termina ante el signo anunciado: el niño.
Es impresionante observar la actitud de los pastores: primero escuchan, y después se mueven y encuentran el signo. De este modo, lo miran y se convierten a su vez en testigos que anuncian «lo que han visto y oído» (1 Jn 1, 3). El evangelista Lucas no está hablando solo de la experiencia de los pastores de Belén, sino también del anuncio del Evangelio. Quienes acojan la Buena Noticia y tengan experiencia del encuentro con Jesús, y crean de verdad, podrán comunicar a su vez el gran mensaje de la salvación.
El Evangelio señala que todos aquellos que escucharon lo que contaban los pastores acerca del niño quedaron sobrecogidos. Así, el estupor recorre los primeros capítulos de Lucas, indicando la sorpresa ante las obras de Dios, es decir, ante la mano de Dios moviendo la historia. Porque Dios cumple sus promesas, y sus palabras son acciones que cambian la historia.
El evangelista interrumpe el análisis del comportamiento de los pastores para ofrecernos una breve referencia sobre los sentimientos y la actitud de María. Guardar en el corazón y meditar son las acciones que siguen al estupor, y que permiten descubrir el sentido profundo de los acontecimientos. María lo conservaba todo en su interior para poner en práctica el mensaje recibido (cf. Si 39, 1-3; Sal 119, 11). Por tanto, Ella es el modelo del discípulo que escucha la palabra del Señor y la cumple (cf. Lc 8, 21). El camino de María, desde el principio hasta el final, es el camino del creyente cuya fe va creciendo hacia la comprensión del misterio de Dios. Es el modelo de la misma Iglesia que vive y se alimenta de la Palabra de Dios.
El Evangelio concluye con el retorno de los pastores, que vuelven dando gloria a Dios. También ellos, como los ángeles, alaban a Dios, uniendo el cielo y la tierra al glorificarlo, como una invitación a celebrar la fiesta del nacimiento del Señor y a cantar la alegría de la Navidad.
Finalmente, el Evangelio de este domingo señala el rito de la circuncisión del niño y la imposición del nombre (cf. Lv 12, 3) a los ocho días de su nacimiento, según lo prescrito por la Ley. Lucas pone de relieve el valor del nombre del niño, en un relato muy breve, porque todo parece proceder como por orden divino para un niño destinado a una misión única. De este modo, la insistencia del evangelista en la observancia de las prescripciones de la Ley por parte de María y José muestran su fidelidad a las tradiciones judías. Así, junto a la circuncisión, viene dado el nombre a aquel niño: Jesús, el Señor salva. Un nombre que es su vocación. El nombre señalado por el ángel en el momento de su concepción en el vientre de María, el nombre que expresa su vocación y, por tanto, su misión. Aquel niño salvará a Israel y a todos los pueblos de la tierra: es Él que conduce a la unidad, que hará caer el muro de la separación, es Él que será la paz (cf. Ef 2, 14).
Celebremos en este primer día del año la Jornada Mundial de la Paz, dejándonos inundar por la luz y la alegría de esta Buena Noticia, arrojando de nosotros tantas iniciativas y acciones que impiden que el Evangelio de Jesús sea el latir de nuestro corazón creyente y el centro de la vida de la Iglesia.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.