Jesús nos precede en el camino, se hace Camino - Alfa y Omega

Jesús nos precede en el camino, se hace Camino

Domingo de la 1ª semana de Cuaresma / Marcos 1, 12-15

Jesús Úbeda Moreno
'El diablo trata de tentar a Jesús'. Fresco procedente de San Baudelio de Berlanga. Cloisters Museum, Nueva York (Estados Unidos)
0 El diablo trata de tentar a Jesús. Fresco procedente de San Baudelio de Berlanga. Cloisters Museum, Nueva York (Estados Unidos). Foto: Fr Lawrence Lew, OP.

Evangelio: Marcos 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.

Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.

Después de que Juan, fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:

«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

Comentario

A diferencia de los otros evangelistas que narran las tentaciones de Jesús con más detalle, Marcos describe este momento con mucha brevedad y de forma sintética. Vemos a Cristo en medio del desierto, entre alimañas y acosado por las tentaciones del maligno. El desierto evoca la larga y dura travesía del pueblo de Dios hasta llegar a la tierra prometida. Los 40 días que permanece Jesús en el desierto corresponden a los 40 años que el pueblo de Israel tuvo que deambular pasando por muchas pruebas. A la vez, el texto hace referencia al ayuno evocándonos a Moisés y al profeta Elías. Aunque no se nos describe el contenido de las tentaciones, desde el principio sí sabemos quién es la causa de ese poner a prueba. Pero lo más relevante del relato es que, a diferencia de Israel, que sucumbió ante las pruebas sufridas en el desierto, Jesús sale victorioso del combate con Satanás.

Jesús ha querido entrar en nuestros desiertos, compartir nuestras sequedades y tentaciones. Nos precede en el camino, se hace Camino. Jesús ha tomado consigo nuestra prueba hasta el final y nos quiere revelar de dónde nace y se nutre la fuerza para la victoria. Jesús no está solo en el desierto. Empujado por el Espíritu (cf. Mc 1, 12), es decir, en continuidad con su deseo de hacer la voluntad del Padre en favor de los hombres, se introduce en el surco de nuestra vida. La certeza de la relación con el Padre le permite vivir con sentido y firmeza las amenazas de las alimañas que quieren devorarlo y las insidias del diablo, que quiere destruirlo. Jesús encuentra su fortaleza en su vínculo con el Padre. Jesús quiere mostrarnos hasta qué punto esta conciencia introduce una novedad en la vida cotidiana. En toda circunstancia, pase lo que pase, dicha relación nos sostiene aportando a nuestra vida la certeza de la plenitud, del cumplimiento de la vida. Con Él, no solamente no nos falta nada, sino que disfrutamos 100 veces más de todo (cf. Mc 10, 29-30).

La novedad que aporta Jesús a la vida es la posibilidad de vivir con sentido y significado en medio de cualquier circunstancia; es más, todo se convierte en ocasión de crecimiento y verificación de la potencia de la relación con el Padre. En esta perspectiva, la relación con la acción del Espíritu que le impulsa adquiere un significado distinto: dichas circunstancias de desierto, tentación y bestias feroces no tienen alternativa, no son sustituibles por una realidad paralela, sino que son la ocasión propicia para crecer en la conciencia de quién es Dios y qué significa para la vida.

Cristo no solo ha venido a mostrarnos cómo vive, sino a hacernos partícipes de su vida. Él toma la iniciativa: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). Convertíos, es decir, creed. La primera conversión es creer. La puerta de la salvación es la fe. Esta es la buena noticia, la posibilidad de darse la vuelta para contemplar y acoger la iniciativa salvífica de Dios, su amor infinito por cada uno de nosotros, la novedad que se ha introducido en la vida a través de su vida.

Una novedad que nos alcanza a través de la vida de la Iglesia. La relación con la Iglesia hace posible en nosotros la experiencia de encuentro con Cristo, nos hace partícipes, en el gesto sacramental, del vínculo de Jesús con el Padre, fuente y origen de la verdadera vida, conformando en nosotros una conciencia pura, un conocimiento nuevo de uno mismo y de la realidad entera comprendiendo su origen y destino y, por tanto, su significado. Se trata de una inteligencia de la fe, una capacidad para leer dentro (intus-legere) de la realidad y descubrir y afirmar que todo es suyo.