Javier Garai, un párroco con alma de samaritano
El sacerdote, que acaba de cambiar de destino, acogió en la casa parroquial de Algorta a un grupo de personas vulnerables y terminó montando una asociación para atender a los migrantes
Los bosques de Berango y Guecho son el hogar desde hace meses de decenas de migrantes que no tienen a donde ir, abandonados casi por completo a su suerte. Salvo por Javier Garai (Baracaldo, 1974), el que fuera sacerdote del municipio de Algorta, que durante la pandemia acogió en su propia casa a 24 personas en situación vulnerable y que con el paso del tiempo ha montado una red solidaria de unos 100 colaboradores, 80 voluntarios y cuatro trabajadores. Una labor que responde al nombre de San Nicolás Zabalik y que a pesar del cambio de destino de Garai, que se ha marchado a Elorrio y Achondo, continuará adelante: «Notaremos la ausencia de Javi, pero hacer seguimiento a las personas migrantes es la mejor manera para recordarlo», explican a Alfa y Omega los ya excolaboradores del sacerdote.
Todo comenzó cuando el presbítero se decidió a compartir su vivienda con los más desfavorecidos. Los primeros alojados fueron mujeres maltratadas, varios refugiados venezolanos y, sobre todo, chicos sin recursos llegados del Magreb que buscaban una segunda oportunidad. «La casa parroquial, situada en el centro de Algorta, era grande, estaba desaprovechada y reubicarlos allí era mi granito de arena para hacer del planeta un sitio mejor», señala el párroco.
Inicialmente no todos vieron el empeño altruista del sacerdote con buenos ojos. Hubo quien creyó que estas personas iban a provocar conflictos y un grave problema de inseguridad. Pero Garai les pidió mesura y compostura porque el gesto era «expresión de una comunidad cristiana que quiere ser acogedora». Además, «ayudar no produce problemas».
En este sentido, recuerda que «la Iglesia es una institución que hace un ejercicio bonito de integración». El sacerdote ilustra sus palabras recordando a las hijas de la Caridad del puerto viejo de Algorta, que a pesar de gozar del cariño de la gente, también «las tuvieron que pasar canutas por poner en marcha un comedor social para los más pobres».
Gran injusticia
El sacerdote reconoce que algunos de los cerca de 150 magrebíes que están pernoctando en la calle tienen problemas con el alcohol o las drogas —terreno abonado para la delincuencia—. Pero «meter a todos en el mismo saco es una gran injusticia porque no se puede etiquetar a todo un colectivo como delincuentes», matiza.
Por el contrario, Garai asegura parte de los chicos que han atendido en la asociación han aprendido el idioma, han recibido educación y alimentos y que «todo esto es la mejor forma para evitar la delincuencia». De esta forma, muchos de esos jóvenes han podido empezar una nueva vida desde cero. De hecho, se han reforzado las relaciones sociales con la comunidad local y algunos de ellos han encontrado un trabajo.
Misa y comida de despedida
Después de esta experiencia que ha durado 13 años, Javier Garai se va a otra parroquia llevando en su corazón a cada una de las personas necesitadas a las que ha echado una mano. Para él son hermanos y hermanas de por vida y se siente feliz de haber podido reforzar su dignidad y autonomía.
«Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra», reza la placa que le han regalado al sacerdote en la comilona con la que han celebrado su partida. Vistiendo pajarita y una camisa negra en señal de respeto por el hombre que tanto les ha ayudado, las personas migrantes de Algorta ejercieron de improvisados camareros en la misma. Entre versos, abrazos, lágrimas y apretones de manos, algunos de los feligreses no dudaron en descorchar una botella de cava para homenajear al párroco saliente después de una Misa con sabor a despedida.
Y es que, si en algo coinciden en la que ha sido su comunidad eclesial es en que Garai no ha dejado indiferente a nadie. Destacan su labor social y el tesón que ha mostrado desde su llegada a Guecho hace ya 13 años. Rosa, que asistió a la fiesta, no tiene más que palabras de halago para el sacerdote con alma de samaritano. «Es una buena persona que se merece todos los homenajes del mundo», asegura mientras el resto de asistentes confirman con un gesto de cabeza.