Javier de la Torre: «La sexualidad sin afecto nos deshumaniza, nos deja vacíos»
La educación afectivo-sexual es una necesidad y una tarea ineludible para familias y educadores. Más en una sociedad marcada por la emoción y el deseo. Hablamos de ello con el director del Departamento de Teología Moral y Praxis de la Vida Cristiana de la Universidad Pontificia Comillas, que acaba de publicar Educación afectivo-sexual. Lo que nos une en el fondo (Dykinson) y es profesor del curso para formadores de Escuelas Católicas.
¿Por qué es importante educar en la afectividad y la sexualidad?
Vivimos en una sociedad muy sexualizada, donde la afectividad es lo que nos mueve a todos. A los menores se les abren muchas posibilidades y hay que dar criterios para navegar. Por ejemplo, los niños escuchan hablar de abusos y diversidad sexual muy pronto y acceden a la pornografía a los 12 años de media.
Parece que ni la familia ni la escuela se lo ha tomado en serio. ¿Por qué?
Hay una cierta inseguridad. Hay conciencia de que hay que hablar, pero genera ansiedad y un poco de respeto. Es necesario formarse. Desde Escuelas Católicas se está haciendo una apuesta muy fuerte por ello, lo mismo que en algunas congregaciones. Estamos en los inicios, pero es importante que podamos ayudar a los chicos en cuestiones como esta, decisivas para su vida. Hay que tener un modelo bien estructurado y, en el caso de los colegios católicos, armonizado con los valores cristianos. Sí tenemos claro qué modelos no valen.
¿Cuáles son?
No vale el modelo pesimista, negativo, de tabú, vinculado al pecado… porque sabemos que la sexualidad es algo gozoso, como dice el Papa, un don. Tampoco vale el modelo voluntarista, pues la sexualidad no se educa diciendo que no hay que hacer determinado tipo de cosas. También estamos cansados de los modelos exclusivamente informativos, preventivos o médicos.
¿Cuáles son los principios de una educación afectiva y sexual integral?
La comunicación frente al silencio y el derecho a la información es uno de ellos. Hay que hablar de estos temas. Otro principio es la igualdad, pues la sexualidad no puede ser impuesta, sino que debe darse entre personas que se reconocen iguales. En esto estamos en una época de retroceso. Otros principios son el respeto y el valor de la intimidad y del cuerpo. Finalmente, educar la sexualidad tiene que ver con las habilidades para relacionarse con los demás.
¿Cómo enfocar esta cuestión en un colegio católico?
Lo católico no tiene problemas con los planteamientos de fondo. Aquí aparecen el respeto, la acogida… El Papa dice en Amoris laetitia sí a la educación sexual. La propuesta de la Iglesia debe presentarse en positivo. El problema es que hay visiones reductivas y superficiales de la moral cristiana. Lo católico es buena noticia para todos. No se puede reducir a cuatro normas y a decir que no.
En los centros católicos también hay pluralidad de orientaciones sexuales. ¿Cómo abordarlas?
Hay unos mínimos que son de justicia: el respeto, la no discriminación, la sanción del lenguaje hiriente, la no violencia y la acogida. Los católicos tenemos que hacer esto mejor que nadie. Somos más que una orientación sexual o un género. En segundo lugar, como dice el Papa, es necesario flexibilizar los roles de lo masculino y lo femenino. Ser varón ya no lleva necesariamente aparejado una serie de prácticas. La tercera tarea es la personalización y el acompañamiento de procesos y búsquedas. Es importante que haya espacios para acompañar a los chicos que en un determinado momento pueden preguntarse si son homosexuales o no u otra cosa. Y, por último, respetar su decisión y quererlos.
¿Qué pasa si no ofrecemos una educación afectiva y sexual?
Nuestros niños acabarán siendo educados por el porno, las series y los videojuegos y mimetizando deseos que allí aparecen. Y esto es terrible. La escuela y los padres deben dar orientaciones, decirles desde muy pronto que la sexualidad sin afecto es un horror, nos deshumaniza, nos deja vacíos.