Iryna, ayúdanos a entender para qué sufrimos
Deja que el peque gatee y tire del hábito a Teresita, que vuelva a agarrar de la barba al padre Pío
Iryna regentaba una tienda de ropa y quería ser madre. Y de hecho lo fue. Hasta que Putin metió un misil en el vientre del hospital de Mariúpol donde se encontraba. Esta foto, que acaba de ganar el World Press Photo, premio a la mejor imagen del año, muestra el momento en que la joven era trasladada en una camilla tras el ataque ruso a la Maternidad. Los médicos trataron de obrar el milagro. Lograron practicarle una cesárea, pero el bebé nació muerto. Iryna tampoco sobrevivió. Nos queda esta imagen diagonal con fondo de batalla para recordarnos que la guerra de Ucrania no es solo una noticia, un argumento, un contrapeso en el mapa de la geoestrategia internacional. La vida es siempre recorrer el camino que va de lo general a lo particular para acabar concluyendo que solo ahí, en ese pequeño espacio de lo concreto, es posible lo eterno. ¡Cuánta fe es necesaria para creer que la vida de Iryna y de su bebé acabaron ese día! Porque lo natural es afirmar que su sufrimiento es redención y que por eso seguimos vivos.
Hay un eco ahí, resonando en tu mirada triste, o quizá en la forma en la que apartas la vista de la imagen; hay una voz gritando dentro de ti —y de mí, joder, y de mí—, un rumor inaplazable, una certeza moral que algunos llaman conciencia por no llamarle por Su nombre. ¿Y qué hago yo con este dolor? Es una pregunta decisiva ante la cual solo cabe el ciudadano razonable y realista o el cínico confeso. Porque el sufrimiento ajeno puede servir también para justificar una cosmovisión derrotista, entre irónica y mezquina y, por tanto, desesperanzada. En cambio, si somos capaces de adentrarnos en la realidad sin apriorismos, quizá podamos aceptar con naturalidad su misterio, su grandeza e inaccesibilidad, su independencia.
En ese mismo hospital, horas después del bombardeo, dio a luz Marianna. Tanto ella como su hija, Veronika, lograron sobrevivir. No sabemos por qué. Pero sí que, tanto en un caso como en el otro, lo importante es el para qué. La clave de esta foto es esa diagonal que nos lleva del cielo a la tierra pasando por el negro que nos mata y el color que nos salva, recordándonos cómo la vida es acaso un silencio entre dos eternidades. Y, en medio, los hermanos que se nos han dado. A veces los conocemos y otras, como en este caso, no; cumplen una función, nos regalan su vocación de camilleros, pero nos llevan, nos conducen a un buen sitio o, a veces —amigotes, siempre divertidos, que nos desvían y nos lían—, a unos recreativos, al confesionario, incluso a la cárcel. Estamos en manos del otro, en sus miradas, y al revés también. Yo soy para ti, mi bella esposa, mi desconocido oyente, mi querido lector. Querida Iryna, échanos una mano, ahora que puedes. Deja que el peque gatee por ahí y le tire un poco del hábito a Teresita, que vuelva a agarrar de la barba al padre Pío, que siga haciendo reír a Karol. Ayúdanos a entender para qué sufrimos.