Irak necesita sus propios «juicios de Núremberg» - Alfa y Omega

Irak necesita sus propios «juicios de Núremberg»

Tras la derrota del Daesh, el «gran desafío» en Irak es la reconstrucción y la reconciliación, afirma el nuncio, Alberto Ortega. Desde la Iglesia se levantan voces a favor de un tribunal especial para que haya justicia y no venganza

María Martínez López
Un hombre camina entre las huellas de Mosul
Un hombre camina entre las huellas de Mosul. Foto: AFP / Fadel Senna.

«Hay quienes hablan del fin de Irak. Dicen que no queda más que dividirlo, como con la ex Yugoslavia». Monseñor Yousef Mirkis, obispo caldeo de Kirkuk, es consciente de que tras la derrota del Daesh en Mosul el futuro sigue siendo incierto. Ve cómo, mientras los musulmanes que su ciudad acogió en 2014 ya están pensando en regresar, los cristianos y yazidíes vacilan. Muchos cristianos desplazados han perdido «toda esperanza de que quede algo a lo que volver», afirma un reciente informe de la ONG Puertas Abiertas. Sus casas están destruidas o tomadas por exvecinos. El mismo patriarca caldeo, Luis Rafael Sako, descubrió hace unas semanas a dos familias musulmanas en la antigua casa de sus padres en Mosul. Les dio permiso para quedarse, pero para el cristiano medio algo así significa el destierro definitivo. Además, la connivencia de muchos suníes con el Daesh es todavía una herida abierta y sangrante.

A pesar de todo, ni Sako ni monseñor Mirkis comparten el pesimismo que considera que es imposible un Irak unido. Tampoco los miembros de la Reunión de las Obras para la Ayuda de las Iglesias Orientales (ROACO), que hace dos semanas hablaron en el Vaticano sobre el futuro de este país. Según cuenta a Alfa y Omega el nuncio apostólico en Jordania e Irak, monseñor Alberto Ortega, se dieron dos claves: reconstrucción y reconciliación. Este es, como él mismo aseguró a los participantes, «el gran desafío para poder encontrar finalmente paz y estabilidad. Y debe empezar desde la base».

«Quizá convenzamos a los cristianos para que acepten algún tipo de reconciliación, pero es más difícil con los yazidíes, que lo han pasado peor», explica monseñor Mirkis. Y no será posible caminar en esta dirección –añade– sin verdad y reparación. «Esperamos que esta cuestión sea resuelta por la justicia, y no mediante venganzas. Es labor de los abogados [y jueces], no de las milicias». Irak necesita unos juicios «como los de Núremberg» contra los dirigentes nazis. «Espero que el Gobierno central sea capaz de hacerlo. Pero deberíamos contar también con ayuda externa. La Corte Penal Internacional de La Haya podría ayudarnos. Tiene experiencia en lidiar con crímenes contra la humanidad».

Hacen falta 13.000 casas

Levantar un Mosul totalmente destruido –explica monseñor Mirkis– «será una preocupación enorme para todos»; pero para los cristianos también es importante recuperar sus localidades de la llanura de Nínive. Allí, «cerca del 40 % de las casas ha sido destruido, y el 60 % restante sufrió daños». A comienzos de abril, las iglesias caldea, siro-católica y siro-ortodoxa establecieron un comité para colaborar en la rehabilitación de casi 13.000 casas. Pero necesitarán «una gran cantidad de donaciones de todo el mundo», subraya el obispo de Kirkuk. Según estimaciones de Ayuda a la Iglesia Necesitada, que va a colaborar en el proceso, el coste será de al menos 187 millones de euros. Por otro lado, las entidades de ROACO se han comprometido a coordinar sus proyectos para evitar duplicidades y vacíos.

Un futuro para todos, sin guetos

Kirkuk, entre la llanura de Nínive y el Kurdistán iraquí, fue testigo durante diez años de la labor a favor de la paz del patriarca Luis Rafael Sako. Como obispo –cuenta su sucesor, monseñor Mirkis–, «logró construir bases sólidas para la convivencia y el respeto» entre cristianos y musulmanes, y entre suníes, chiíes y kurdos. Fiel a estas mismas ideas, el patriarca decidió no acudir la semana pasada a la conferencia que organizó en Bruselas el europarlamentario sueco Lars Adaktusson con el título Un futuro para los cristianos en Irak. «El futuro de los cristianos –ha explicado– está unido al de todos los iraquíes» y no debe abordarse al margen.

«Los guetos son siempre peligrosos. Es el momento de estar presentes, no de encerrarse», profundiza monseñor Mirkis. La propuesta de la Iglesia caldea es trabajar para que haya «un Gobierno fuerte y eficiente y un régimen laico que sirva a todos los iraquíes» como ciudadanos de pleno derecho.

Un obstáculo para lograrlo es la fuga de cerebros. En las últimas décadas casi 300.000 iraquíes han buscado asilo fuera de su país. Uno de los grupos que más fácil lo tenía eran las personas bien formadas. Ahora, el obispo de Kirkuk teme que esos emigrados caigan en un círculo vicioso: «Si esperan a volver a Irak cuando la situación mejore, nunca mejorará. Y si la sociedad no es lo suficientemente madura» para abordar el futuro de un país unido y laico, «pagará su inmadurez».