Con bombo y platillo propagandísticos, Netflix acaba de estrenar Intimidad, una serie española de ocho capítulos con mucha sororidad, empoderamiento, resiliencia y críticas al heteropatriarcado. Con un elenco de actrices que son –de largo– lo mejor de la serie, Intimidad nos plantea una trama en torno a filtraciones de vídeos de alto voltaje y de eso que ahora se llama revictimización de la víctima. Creada por Laura Sarmiento y Verónica Fernández, la serie es más feminista que femenina, pone el acento en la denuncia social moralizante y deja en un lugar muy secundario el hilo del thriller, que quizás podría haber mejorado el producto final.
Malen (Itziar Ituño) es candidata a la alcaldía de Bilbao, y Ane (Verónica Echegui) es una anónima trabajadora de una fábrica. Son dos historias sin aparente conexión hasta que se filtra un vídeo de carácter sexual, que alguien ha grabado sin sus respectivos consentimientos, y que, en el caso de la primera se convierte en carnaza para el circo mediático y pone en riesgo su carrera política, y en el de la segunda corre de forma cruel por los mensajes de WhatsApp de amigos y la empujan, literalmente, al abismo.
Un tema candente, un planteamiento que podría haber dado mucho juego si se hubiera abordado desde la complejidad, unos mimbres extraordinarios, y, lamentablemente un guion muy pobre, que aburre y naufraga en la corrección política a partes iguales. El mismo hecho de identificar, como se suele, ya desde el título, la intimidad con la sexualidad y esta con la genitalidad es un lastre antropológico del que pocas historias se salvan, pero si, además, la serie no hace más que transitar por caminos más que trillados, el resultado final termina siendo decepcionante. Un ejemplo para enseñar en las escuelas de audiovisuales cómo una buena idea es tan imprescindible como insuficiente en sí misma. Pasará sin pena ni gloria y esa es, desgraciada y paradójicamente, la pena mayor.