«Llamé, llamé / al otro lado del mar. / Pero el eco vuelve / y nada es gratis». Así reza el estribillo de Skeleton Tree, canción incluida en el álbum homónimo (2016) del cantante y compositor australiano Nick Cave, escrito y producido bajo el shock de la traumática muerte de su hijo Arthur, de tan solo 15 años de edad, tras caer por un precipicio en Brighton estando bajo los efectos del consumo de LSD. «Estaba profundamente deprimido, sentía que caminaba contra el viento. Durante toda la grabación [de Skeleton Tree], me sentí muerto», cuenta Cave en Fe, esperanza y carnicería (Sexto Piso, 2024), su libro-conversación con el periodista Seán O’Hagan.
Nick Cave (1957) es una leyenda de la música contemporánea. A lo largo de su prolífica carrera ha ido evolucionando desde el pospunk gótico de sus inicios hasta un estilo indefinible, pero muy reconocible, de un extraño tecno-góspel, construido sobre una sólida base de blues, folk y thrash metal. Cave dejó a finales de la década de los 90 su adicción a la heroína y encontró la estabilidad afectiva a través de la relación con su mujer, la famosa diseñadora londinense Susie Bick, a la vez que, a partir de su fantástico The Boatman’s Call (1997), ha ido desarrollando una fina sensibilidad espiritual, cada vez más profundamente religiosa, en relación con su arte y la cultura.
La inesperada muerte de su hijo le rompió en pedazos. Cave era consciente de que su centro vital había colapsado, de que se había quedado a la deriva en el vacío. «Pero, ¿qué se había derrumbado? ¿Qué está en el centro de nuestras vidas? En el caso de un artista (y quizá sea igual para todos) diría que es el sentido de la maravilla. […] Los grandes traumas pueden arrebatarnos esto, la capacidad de asombrarnos ante las cosas. Todo pierde su brillo y parece estar fuera de nuestro alcance. Sobrevivíamos, pero sobrevivíamos en el exilio, en el perímetro de nuestras vidas, mucho más allá de todo lo que importaba». Nick Cave identifica la muerte en vida con la pérdida del asombro, por lo que cualquier intento de sanación debería ir por esa vía: «Entonces, ¿cómo volvemos a nuestras vidas —al asombro de la existencia— y recuperamos el sentido de la maravilla? En mi caso […] fueron estas dos cosas —la comunidad y el trabajo— las que nos mostraron a Susie y a mí el camino a seguir. El trabajo se convirtió en el salvavidas que nos lanzaron mientras flotábamos perdidos en el narcisismo y el ensimismamiento. También nos quedó muy claro que no estábamos solos. Pudimos ver que había muchos otros ahí fuera, flotando en la oscuridad, ajenos a sus vidas. Parecía que mirábamos a todas partes: gente en busca de sentido y de asombro».
Estos extractos provienen de The Red Hand Files, una página web que Nick Cave creó en 2018 para que sus fans pudieran dirigirle libremente preguntas sobre música, arte, religión o sus preocupaciones o inquietudes más personales, a las que Cave da largas, meditadas y —sorprendentemente— sabias respuestas. La trágica muerte de su hijo, de forma inesperada, le ha abierto de par en par a la relación con los otros y con el mundo: «No sé dónde estaría si Arthur no hubiera muerto. Lo digo con mucha cautela, pero creo que es el dolor lo que de verdad te convierte en persona. Antes estaba a medio hacer. […] Entonces, la vida era algo que pasaba. En realidad, ni siquiera le prestaba mucha atención. Pero el valor de la vida, una vez empezamos a superar la muerte de Arthur, cambió. Ahora veo el mundo como algo sistémicamente hermoso y a las personas como criaturas extraordinarias, resistentes y vulnerables. Mi relación con el universo ha cambiado por completo porque Arthur murió».
Tras Skeleton Tree, escrito desde la rabia, Nick Cave lanzó Ghosteen (2019), un melancólico álbum en el que recreaba conversaciones con el fantasma de su hijo fallecido, empapado de una misteriosa y sagrada tristeza. Cinco años más tarde acaba de publicar Wild God (2024), en el que, cerrando el duelo, Cave canta a un Dios que se hace hombre para mendigar a los seres humanos su amor: «Yo creo que Dios sufre y mi personaje de Wild God es un ser humano que también sufre, y que busca lo mismo que todos: alguien que crea en él. Me parece que anhelamos eso mucho más que algo en lo que creer. Lo que queremos los seres humanos es que alguien se siente frente a nosotros, nos mire y crea en nosotros».
El pasado 25 de octubre, Cave y su banda, los míticos Bad Seeds liderados por el gran Warren Ellis, llenaron hasta la bandera el Wizink Arena de Madrid para presentar su último disco. Yo estuve allí. Más de 17.000 almas cantamos con él como una sola voz: «Eres hermosa, hermosa, hermosa. / Hermosa otra vez, otra vez. / Oh, tocada por el Espíritu. / Oh, tocada por la llama». A sus 67 años, Nick Cave, el viejo punk maldito, drogadicto y pendenciero, mujeriego e irreverente, nos puso a rezar a todos. Amazing grace.