Impulsor del Documento sobre la fraternidad humana: «No significa sincretismo»
«La conexión humana entre Francisco y el imán de Al Azhar hizo posible el documento de Abu Dabi», relata tres años después el juez egipcio de quien partió la idea
El 4 de febrero de 2019 sonó el teléfono del juez Mohamed Abdel Salam. Al otro lado de la línea estaban el Papa Francisco y el gran imán de Al Azhar, Ahmed al Tayeb. Acababan de firmar en Abu Dabi el Documento sobre la fraternidad humana y, nada más subir al coche, habían querido llamar al hasta hacía poco consejero de Al Tayeb, que no había podido estar presente. «Lo que hemos logrado hoy es el resultado de tu amor, tu arduo trabajo y tu dedicación a esta causa», le dijo Francisco.
Fue Abdel Salam quien, en otoño de 2017, durante una entrañable comida en Casa Santa Marta, había sugerido a los dos líderes religiosos «aprovechar esta sincera amistad para firmar un documento inclusivo que sirva como constitución para guiar a toda la humanidad». Le parecía la mejor forma de dar continuidad a la Conferencia internacional por la Paz organizada por Al Azhar, a la que asistió el Papa. Y él elaboró el primer borrador, al que luego dio forma mano a mano con Yoannis Lahzi Gaid, entonces secretario y traductor del Papa al árabe.
Por fin, no sin obstáculos, habían llegado a la meta (solo volante) de Un camino espinoso, como ha titulado el libro que narra el origen del documento y, en paralelo, la amistad que llevó a convertir a Al Tayeb y Francisco en referentes mundiales del diálogo interreligioso. «Se llaman “hermanos” y no es retórica, sino como realmente se sienten», subraya Abdel Salam en entrevista con Alfa y Omega. Para sus propios hijos el Pontífice es «el abuelo Papa», que cuando la pequeña Khadija tuvo que pasar por quirófano siempre estuvo pendiente de cómo iba todo. «Esta conexión humana fue lo que hizo posible el documento».
¿Una nueva religión?
El relato de Abdel Salam también refuta las sospechas que a veces suscita hablar de fraternidad. «Algunas personas tienen la falsa idea de que estas relaciones significan diluir la propia identidad religiosa o cultural», explica a este semanario. Cuenta que cuando el Alto Comité para la Fraternidad Humana, del que es secretario general, convocó una campaña de oración por el fin de la pandemia, les acusaron de querer «inventar una oración común para musulmanes, cristianos, judíos, budistas e hindúes y allanar el camino para una “nueva religión” que englobara a todos». En realidad, lo que ocurrió fue que «millones de personas» rezaron, «cada una según sus propias creencias y ritos». «Las relaciones interreligiosas no significan sincretismo», del mismo modo que la fidelidad al propio credo «no significa oponerse activamente» a otros creyentes.
A punto de cumplirse tres años del histórico encuentro de Abu Dabi, «el Alto Comité ha sido crucial para continuar este legado». Está especialmente orgulloso del Premio Zayed, que reconoce con un millón de dólares a personas y entidades que promueven la convivencia. El año pasado lo ganaron la activista franco-marroquí Latifa ibn Ziaten, que tras el asesinato de su hijo trabaja para prevenir la radicalización de los jóvenes musulmanes en Francia; y el secretario general de la ONU, António Guterres, que lo donó a ACNUR. «Ambos nos han comunicado cuánto ha contribuido este premio a promover su trabajo». Asimismo, que la ONU reconociera el 4 de febrero como Día Internacional de la Fraternidad Humana «tiene el potencial de inspirar a millones de personas para sumarse a esta causa».