Monseñor Rouco: «Impregnará de autenticidad la transmisión de la fe» - Alfa y Omega

Monseñor Rouco: «Impregnará de autenticidad la transmisión de la fe»

Nuestra única gloria es Cristo crucificado: es el mensaje que dejaba el Papa a los cardenales en la primera Misa celebrada con ellos, al día siguiente de su elección. Horas antes, recién salido de la residencia de Santa Marta, el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela, avanzaba a Alfa y Omega que, para entender a Francisco, hay que acudir al libro de los Ejercicios de san Ignacio, y a su ideal del desprendimiento de todo, hasta la identificación con Cristo crucificado. El nuevo pontificado —explica el arzobispo de Madrid— arranca en la estela del Concilio Vaticano II y del gran reto de la nueva evangelización, pero tendrá seguramente un nuevo estilo y nuevos acentos, marcados —cree el cardenal Rouco— por una «desmundanización» de la Iglesia para «hacerla más del Señor»

Ricardo Benjumea
Monseñor Rouco Varela (en el centro) con otros cardenales, en el balcón de la logia de San Pedro, durante el saludo del nuevo Papa
Monseñor Rouco Varela (en el centro) con otros cardenales, en el balcón de la logia de San Pedro, durante el saludo del nuevo Papa.

Dios guía a la Iglesia, porque, si no, hay cosas que no tienen ninguna explicación…
¡Pero esto es siempre así! Si acaso, lo que se ha puesto de manifiesto de nuevo con las quinielas y todas esas historias de confabulaciones es el desconocimiento de lo que es la Iglesia y de lo que es un Cónclave. Intentar explicarlo en claves como la política no funciona. Es verdad que los que entran en el Cónclave son hombres, con toda su humanidad pecadora, pero la naturaleza del acontecimiento es otra, y los objetivos de los cardenales son otros. La historia demuestra que hay muy pocas elecciones en las que se pueda decir que el resultado estaba cantado. En el siglo XX, si acaso, hay sólo dos: las de Pío XII y Pablo VI.

¿Qué impresión le produce el nombre que ha elegido el Papa: Francisco?
Es un nombre muy simbólico, y no sólo en relación a lo que expresa acerca de la persona que ha elegido el nombre, sino también en relación del momento de la Iglesia en el que vivimos, y la forma en que el Papa, creo yo, va a caracterizar su ministerio apostólico.

En el mismo día de su elección y en su primera salida del Vaticano, el Papa ha dejado ver ya varias muestras de su estilo de ejercer ese ministerio.

Todos los últimos Papas han dejado signos al inicio de su pontificado, cada uno con su personalidad, pero todos en la línea de lo que se puede llamar la honda renovación de la Iglesia, que es la característica que define la historia de la Iglesia, yo diría especialmente desde el siglo XIX, y después, en el XX, a partir de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, del Concilio Vaticano II. Hay una línea de fondo que continúa siempre, cada vez con unos ritmos de mayor intensidad espiritual, entendida la espiritualidad no en el sentido de algo descarnado, sino todo lo contrario, de la imitación de Cristo en todos los órdenes.

¿Qué significa hoy renovación de la Iglesia
La renovación nos viene inspirada hoy por el Vaticano II. Esa renovación de la Iglesia tiene una nota dominante de forma: la fidelidad al Señor, en un mundo que se ha alejado, en las últimas décadas, de una manera radical de Dios. Hay una renovación de la Iglesia, a la que se quiere —como decía Benedicto XVI en Alemania— desmundanizar, para hacerla más del Señor. En eso estamos: todas las iniciativas apostólicas de Juan Pablo II, o de Benedicto XVI (el Año de la fe, por ejemplo), y la categoría misma de nueva evangelización, para notarse y hacerse eficaz, implican una renovación de la Iglesia en todos los órdenes: las ideas, la vida personal de oración, la escucha de la Palabra de Dios, la vida litúrgica, la unidad de fe y vida… Y eso lleva consigo después, naturalmente, el cambio y la reforma de estructuras temporales, la creación de estructuras nuevas… Ésa es la línea que marca la vida de la Iglesia, en el fondo siempre, pero de forma muy clara desde el Concilio Vaticano II y en los últimos pontificados, como seguramente va a ocurrir también con este Papa.

¿Renovación hacia adentro y hacia fuera, parafraseando a Pablo VI?
Sí. La renovación también tiene que reflejarse en signos externos, para transparentar mejor al Señor y transmitir al mundo lo que se vive y se quiere vivir.

Usted conoce bien al Papa Francisco. ¿Qué destacaría de la personalidad del nuevo Papa?
Diría, en primer lugar, que es un jesuita, de una formación honda en el espíritu de la tradición ignaciana, y el seguimiento de Cristo. Pensaba esta mañana en la meditación del Libro de los Ejercicios, de san Ignacio, en los tres grados de humildad, que culminan en el desprendimiento de todo, para identificarse plenamente con Cristo en la cruz. Creo que una nota de su pontificado va a ser un ahondamiento en la evangelización y en un modo de transmitir la fe, impregnada de hondura personal, de hondura espiritual, de autenticidad: del de la fe, el de la vida, del amor a Cristo…

Francisco, ¿por Francisco de Asís?
Al elegir el nombre de Francisco, pensó en Francisco de Asís, que se desprende de todo para seguir a Jesús: riquezas, vida ligera, proyectos de vida… Eso es a lo que hay que acercarse en los Ejercicios ignacianos, para tratar de ser como Cristo. Y yo creo que eso lo va a vivir el Papa a fondo. Y, por otro lado, él transmite muchísima sencillez, claridad de pensamiento… Se vio cuando dirigió los Ejercicios espirituales de los obispos españoles en 2006. Poco después, tuve la oportunidad de estar con él en Buenos Aires, una semana de Pascua, del mismo año, por unas actividades…

¿Cuando le invistió a usted doctor honoris causa en la Universidad FASTA, del Mar de Plata?
Sí. Y se percibía claramente esa sencillez personal, que no es nada artificial, sino expresión normal de lo que él es.

Además, es una gran novedad tener un Papa de ciencias…
¡Sí, estudió Químicas! Aunque no tengo yo presente que utilizase símiles de las ciencias naturales… Pero es hombre muy espiritual, de confesionario, de llegar a todo el mundo con la figura neta, clara y plena de un sacerdote, un sacerdote que es ahora obispo de Roma, y que seguirá llevando a las almas la presencia del Señor.

Protagonizaron ustedes, los cardenales, una experiencia muy bonita, el domingo previo al Cónclave, cuando hicieron un alto en las congregaciones, y salieron a celebrar misa en sus iglesias titulares. Se convirtieron, de alguna manera, todos en párrocos de Roma…
¡Hombre, tratamos de serlo en nuestras diócesis! Y lo somos en Roma. Éste es un aspecto que pone de manifiesto la interacción entre la Iglesia de Roma y la Iglesia universal. La Iglesia universal, como enseña el Concilio Vaticano II, nace y crece en las Iglesias particulares, sin que sea una mera suma de todas ellas o una federación, sino que es una realidad superior, que las engloba a todas, pero las engloba necesariamente, y todas juntas dan como fruto, en comunión, la Iglesia universal, en torno a la Iglesia de Roma.

El entonces cardenal Bergoglio, con el cardenal arzobispo de Madrid, en abril de 2006, durante una visita de éste a Argentina

Esa comunión, según han destacado varios cardenales, ha estado muy presente todas estas últimas semanas en Roma.
Sí. Ya en el Cónclave de 2005, pude experimentar esa comunión y ver reflejada toda la catolicidad de la Iglesia. La unión en lo esencial nos pone a los cardenales ante la visión de la Iglesia en todo el mundo, y ante el hecho de que somos miembros de un Colegio que sucede al de los apóstoles, cuya cabeza es Pedro. Cada elección de un nuevo Pedro nos coloca ante la tesitura en que vivió, al comienzo de la Iglesia, el primer Colegio de los apóstoles, es decir, ante la necesidad de la misión, de la evangelización, y de llevar al mundo la gran noticia de Cristo, el kerigma. Eso une mucho. Por eso, los últimos Cónclaves han sido tan breves.

Al término del reciente Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización, destacaba usted la sorpresa que hubo entre Padres sinodales de lugares muy distintos, que comprobaron una gran coincidencia en los retos de la Iglesia.
Hay una preocupación honda en todos, de llevar a Cristo al hombre. Hay lugares, realidades sociales, culturales y humanas, donde había llegado, y Le han echado, Le hemos rechazado; o lugares donde no ha llegado todavía y hay que llevarlo. Lo que causa mucho dolor es ver cómo extensas realidades geográficas y humanas del mundo, impregnadas de la fe que iluminó la vida del hombre, se estén cerrando al Evangelio. Éste es el desafío que afronta la nueva evangelización.

Y el nuevo estilo que empieza a verse ya en el Papa, ¿qué novedad aporta en relación a ese reto de la nueva evangelización?
Darle a la expresión externa toda la transparencia posible, desde el punto de vista intelectual, de la vida moral, de la fuerza de la esperanza, de la caridad, del superar las tentaciones del mundo, como puede ser querer vivir del poder humano… En cambio, creo que va a ser un pontificado de acercarse mucho a los que padecen más los males del No a Cristo, a los pobres, en el sentido más espiritual y evangélico de la palabra.

Otra novedad del Papa Francisco es la procedencia. ¡El primer Papa americano!
Es el primer Papa americano, de la América que habla español y que fue evangelizada hace 500 años por la Iglesia en España. Con el nuevo Papa, se pone de manifiesto que una gran parte de la comunidad católica vive en esa región del mundo, y esto es fruto de la evangelización llevada a cabo por españoles, en siglos decisivos de su historia. Pensemos en los grandes santos españoles del siglo XVI, y en la vitalidad misionera de la Iglesia en España, donde surgió también una cultura extraordinariamente viva y profunda, que influyó decisivamente en el mundo en la literatura, en el pensamiento filosófico y teológico, jurídico y cultural…

Y tenemos el reto de Asia: ¿san Francisco Javier?
Él no hizo ayer a ilusión a este santo (en su explicación a los cardenales, en la tarde-noche de su elección). Sólo habló de san Francisco de Asís, aunque seguramente también le ha marcado san Francisco Javier.