III Marcha Internacional por la Vida. Lo peor que pude hacer - Alfa y Omega

III Marcha Internacional por la Vida. Lo peor que pude hacer

«Habíamos decidido abortar para no arruinar nuestra vida, y ahora yo veía que me la había destrozado para siempre». En cambio, «cuando tus hijos están en este mundo, y los puedes abrazar, besar y cuidar», todos los miedos se pasan y «te invade la verdadera felicidad». Un único aborto puede marcar la diferencia entre estas dos experiencias. Por eso, las marchas y concentraciones por la vida celebradas el pasado domingo en toda España pedían aborto cero

María Martínez López
Doña Macarena Mata lee su testimonio.

«Cuando desperté de la anestesia, me dolía todo el cuerpo. Me quería morir. Me decía a mí misma: Qué he hecho, qué he hecho… Habíamos decidido abortar para no arruinar nuestra vida, y ahora yo veía que me la había destrozado para siempre. Me dolía lo indecible ser tan consciente de que, al entrar en el quirófano, había alguien dentro de mí y ahora estaba yo sola. Lloré sin parar, sin poder contener una sola lágrima».

La protagonista de esta historia no quiso dar a conocer su nombre y su cara en la III Marcha por la Vida de Madrid. Pero sí accedió a que leyeran su testimonio, con la esperanza de convencer a otras mujeres de que no aborten: «Es una decisión que te destroza por dentro, y no tiene vuelta atrás». El aborto —añadió— no acaba con la ansiedad por un embarazo inesperado; «lo que viene luego es mucho peor y siempre estará contigo».

Esta española, de 32 años, abortó a su hijo hace nueve. Cuando, a punto de terminar la carrera, se enteró de que estaba embarazada, sintió miedo y vértigo. «Me veía incapaz de ser madre, de cuidar a un hijo y hacerme responsable de otra vida. Me veía todavía como una niña. Además, pensaba en mis padres. No teníamos una buena situación económica y, en cambio, ellos siempre se habían esforzado mucho por proporcionarnos a mis hermanos y a mí una buena formación. ¿Qué clase de irresponsable era yo que les iba a añadir una carga más?». También su novio sintió miedo. «No le culpo, la decisión fue de los dos, pero muchas veces me pregunto qué habría pasado si no hubiera sido tan tajante». Tras el aborto, la relación con él «se hizo imposible, a pesar de que yo quería perdonarle».

No fue lo único que cambió: «Pronto empecé a dormir mal, a tener pesadillas y sentir una mezcla de ansiedad y tristeza que no podía frenar. Soñaba con niños desprotegidos que me pedían auxilio y yo no hacía nada. Me despertaba en mitad de la noche, pero en vez de sentir alivio por interrumpir la pesadilla, me hundía más porque era real. Había hecho lo peor que una mujer puede hacer». A eso se sumaron la irascibilidad, las ganas de llorar cada dos por tres, «y un vacío dentro de mí que nada podría cubrir. Ese vacío siempre estará ahí». A pesar del apoyo de su familia y de haber recibido terapia, «el dolor más profundo no te lo puede quitar nada ni nadie. Simplemente aprendes a vivir con ello. No hay día que no me arrepienta de haberlo hecho. Lo que más deseo en el mundo, y le pido a Dios, es que algún día pueda unirme con mi niño».

Luchar con uñas y dientes

El testimonio de esta mujer contrastó con el de doña Macarena Mata y su familia. Dos de sus cuatro hijos tienen síndrome de Down, y con su testimonio querían ayudar a las «parejas que se encuentren con algo que no esperaban a lo largo del embarazo. Queremos decirles que, al principio, les puede invadir el miedo, pero que en realidad es un miedo a lo desconocido. Cuando tus hijos están en este mundo, y los puedes abrazar, besar y cuidar, todos esos miedos pasan, y te invade la verdadera felicidad, la de haberles dado la vida». Aunque a esta madre le alegra que el Gobierno quiera proteger la vida de los niños con discapacidad, «si no se hace nada serio por cambiar» la ley, «cualquiera de mis cuatro hijos podrían ser cruelmente eliminados sin distinción». Por eso, pidió a todos los asistentes que, mirando a sus hijos, hicieran «el firme propósito de luchar con uñas y dientes para que nadie pueda justificar jamás que se pueda acabar con sus vidas».

Marea roja en cien ciudades

La marea roja por la vida se pudo ver en las calles de un centenar de ciudades, donde miles de personas aprovecharon la cercanía del Día mundial por la abolición de la pena de muerte para pedir al Gobierno una reforma urgente y profunda de la ley del aborto, que haga posible llegar al aborto cero. Más de 300 organizaciones, de 26 países, se adhirieron a la convocatoria de la plataforma Derecho a vivir; entre ellas, Profesionales por la Ética, Grupo Provida de Madrid, 40 Días por la Vida, el Instituto de Política Familiar o CIVICA. El principal acto tuvo lugar en Madrid, donde se celebró la III Marcha Internacional por la Vida. A ella se sumaron casi un centenar de convocatorias en 44 provincias españolas, y varios actos más en defensa de la vida en Colombia, Chile, México, Argentina, Perú y Portugal. En Madrid, doña Gádor Joya, portavoz de Derecho a vivir, pidió al Gobierno «firmeza y coherencia», así como que acaben con el coladero del daño psicológico para la madre. «El derecho a la vida —añadió— siempre ha de prevalecer frente a todo lo demás, porque sin él ningún derecho tiene sentido». Una ley sin coladeros —afirmó por su parte el presidente de HazteOir, don Ignacio Arsuaga— «puede provocar una entrada de agua que, en menos tiempo del que nos imaginamos, hundirá esa nave de la muerte, el barco de los abortistas».