Fernando Múgica: humanismo contra el terror - Alfa y Omega

Fernando Múgica: humanismo contra el terror

Como abogado y político, Fernando Múgica luchó por la libertad y la democracia, trabajando por una convivencia pacífica y sin odios atávicos

Rafael Narbona
Fernando Múgica, en abril de 1991, hablando con los medios de comunicación. Foto: ABC

Se cumplen 25 años del asesinato del político socialista Fernando Múgica Herzog. Nacido en San Sebastián en 1933, nunca se resignó a que su tierra viviera sometida por la violencia de ETA. Socialdemócrata y luchador antifranquista, sabía que se encontraba en la diana de los pistoleros, pero rechazó la posibilidad del exilio o el silencio. Corrían los años 90 y ETA había adoptado una nueva estrategia: la «socialización del sufrimiento». El 23 de enero de 1995 había sido asesinado su amigo Gregorio Ordóñez, levantándose la veda contra concejales –nunca del PNV–, periodistas, profesores, escritores, artistas y todos los que creían en un País Vasco tolerante, abierto y libre de planteamientos excluyentes. Como abogado y político, Fernando Múgica luchó por la libertad y la democracia, trabajando por una convivencia pacífica y sin odios atávicos. De orígenes judíos, sabía lo que representaba el totalitarismo. En la Euskal Herria que invocaba ETA, apreciaba la misma mezcla de nacionalismo radical y socialismo demagógico que condujo a la rampa de Auschwitz. Agnóstico, creía en los valores de la Europa humanista e ilustrada, donde la ciudadanía no dependía de la raza o la lengua, sino del derecho y la ley.

Hijo de un violinista republicano y una francesa judeopolaca, la Shoah borró de la faz de la tierra a casi la totalidad de su familia. Creció en una España sometida por una dictadura que había contado con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista. Tras finalizar sus estudios de Derecho, defendió a los opositores al régimen –entre ellos a Felipe González–, que comparecían ante el Tribunal de Orden Público. Militante socialista desde 1964, apoyó la candidatura de González en el Congreso de Suresnes, revelándose como un orador elocuente y un hábil negociador. Estrechamente vinculado a su hermano Enrique, fue presidente del Partido Socialista de Euskadi (PSE-PSOE) en Guipúzcoa. Se opuso siempre al nacionalismo vasco, reivindicando un socialismo democrático alejado de exaltaciones raciales y lingüísticas. Sionista, logró que España estableciera en 1986 relaciones diplomáticas con Israel. Nunca le interesaron los cargos institucionales, pero fue miembro del Consejo General Vasco que preparó el Estatuto de Autonomía y el Concierto Económico. Como concejal de Servicios Sociales del Ayuntamiento de San Sebastián, consiguió que el concepto de asistencia se reemplazara por el de derecho social. Cuando en 1991 se eligió a Odón Elorza como alcalde de San Sebastián, señaló que se habían cumplido todas sus ilusiones políticas: la democracia había sustituido a la dictadura, el PSOE gobernaba, había un regidor socialista en su ciudad y España había reconocido al Estado de Israel. ETA aprovechó que le habían retirado la escolta para enviar a dos de sus pistoleros a matarlo por la espalda. Su hijo José María presenció el crimen. Al encararse con los asesinos, le apuntaron, anunciando que él sería el siguiente.

Portada de ABC, del 7 de febrero de 1996, con el asesinato de Múgica. Foto: ABC

Al igual que Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica es algo más que un político. Ambos hicieron frente al terrorismo de ETA invocando el valor sagrado de la vida humana y el carácter innegociable de la libertad. Goyo era católico; Múgica agnóstico, pero lo cierto es que los dos se encontraban en un humanismo opuesto a cualquier forma de violencia. Mapi de las Heras, viuda de Múgica, me ha contado que sus firmes creencias religiosas le han ayudado a sobrellevar la pérdida y contemplar la vida con esperanza. Mapi es una mujer de gran temple que no quiso educar a sus hijos en el odio. Hablando con ella he apreciado la misma calidad moral que en Ana Iríbar y Consuelo Ordóñez. Lejos de avivar el rencor, las tres piden que la memoria de las víctimas perdure, convirtiéndose en un capital ético capaz de contener las tendencias antidemocráticas. El prestigioso jurista Francisco Tomás y Valiente, otra víctima de ETA, sostenía que «cada vez que matan a una persona, nos matan un poco a todos». Hablé por teléfono con Fernando Múgica hijo y le pregunté cómo era su padre, al que todo el mundo llamaba Poto. Me contestó que era un hombre bueno, vitalista, leal a sus amigos y con un excelente sentido del humor. Aficionado a viajar y al buen comer, coincidía con Hannah Arendt en que comunismo y fascismo solo eran las dos máscaras del totalitarismo. Una de sus películas favoritas era Ser o no ser, de Ernst Lubitsch, una divertidísima sátira del nazismo.

Mapi de las Heras deja un ramo de flores en la tumba de su marido en 2010. Foto: Efe / Javier Etxezarreta

Mapi me contó que Fernando lloró cuando le comunicaron el asesinato de Ordóñez. «En realidad, lloró toda la familia», aclaró con un nudo en la garganta. Tomás y Valiente no se equivocaba al comentar que todos morimos un poco cuando matan a una persona, especialmente si se trata de un ser humano con una trayectoria ejemplar. ETA nos mató un poco a todos y hoy en día seguimos muriendo cada vez que se intenta blanquear su historia, negando o minimizando la deuda de la sociedad española con los hombres y las mujeres que alzaron su voz contra el terror y la barbarie.