Huevos cocodrilo de las oblatas de Huelva - Alfa y Omega

Huevos cocodrilo de las oblatas de Huelva

Fundadas en la Guerra Civil para velar por la santidad de los sacerdotes, las oblatas llegaron a Huelva en 1962 y pusieron al monasterio el nombre de la patrona, la Virgen de la Cinta

Cristina Sánchez Aguilar
Los huevos rellenos de bechamel de las oblatas son una receta sencilla y muy socorrida para una cena con amigos. Foto cedida por las oblatas del Monasterio de Santa María de la Cinta

Donde haya una comunidad contemplativa de oblatas de Cristo Sacerdote, ese monasterio acoge el nombre de la Virgen de la localidad, para que el carisma de entregar su vida a la oración por el sacerdocio esté unido a la protección de la Madre. En el caso del onubense, coge su advocación, Santa María de la Cinta, de la patrona de Huelva, y comparte también espacio con el santuario que guarda la venerada imagen. Un santuario con historia, pues fue precisamente en él donde Cristóbal Colón, el 3 de marzo de 1493, rezó tras su primer viaje, para agradecer el éxito de la expedición. El almirante y sus marineros cruzaban de vuelta un Atlántico agitado que les hizo temer por sus vidas. Colón prometió entonces orar a la Virgen de la Cinta si la Madre los protegía para llegar salvos a casa.

La historia de Santa María de la Cinta se remonta al año 400. En Huelva vivían un zapatero llamado Juan Antonio y su mujer, Lucía, que acostumbraban a recoger a pobres y a regalar zapatos a los niños necesitados en la Natividad del Señor. Un día, de vuelta de un viaje desde el municipio de Gibraleón, Juan Antonio sintió un fuerte dolor en el costado que le impedía continuar y que le obligó a bajar de la montura. En el suelo invocó a la Virgen de la Natividad y, al extender el brazo, encontró una cinta que, al ponérsela, hizo que desapareciese el dolor. De vuelta a casa contó lo sucedido a su mujer y, en agradecimiento a la Virgen, levantaron una pequeña ermita donde su amigo el pintor Pedro Pablo dibujó a María sentada, con el Niño en brazos –desnudo y con zapatos, en alusión a la caridad de los esposos– y una cinta en las manos. Durante la invasión musulmana ocultaron la imagen y la ermita construida por Juan Antonio y Lucía fue derribada. Fue en el año 1400 cuando un pastor, antes de ser atacado por un toro, se agarró a unas matas altas encomendándose a la Virgen y apareció el lienzo escondido. El toro, por cierto, acabó postrado frente a tamaño descubrimiento y el pueblo, agradecido, construyó otra ermita, ahora en este nuevo lugar.

La comunidad de Huelva la forman 16 religiosas de edad avanzada, aunque las vocaciones florecen en Perú. Foto cedida por las oblatas del Monasterio de Santa María de la Cinta

Y hasta allí llegaron las oblatas en 1962, aunque primero estuvieron instaladas en otra ubicación, de forma provisional. La inauguración de la nueva fundación la realizó el 2 de febrero el primer obispo de Huelva, Pedro Cantero, y acudió el entonces obispo auxiliar de Madrid y fundador de las oblatas, José María García Lahiguera, al que acompañó la superiora general, la madre María de Cristo Sacerdote. Fue el arquitecto Rafael Hidalgo de Caviedes, hermano de la madre, el encargado de dar forma al nuevo monasterio, que conforma con otros cinco –Madrid, Salamanca, Valencia, Toledo y Perú– la vida contemplativa de esta orden fundada en 1938, en plena Guerra Civil, con el objetivo de velar por la santidad de los sacerdotes.

La actual comunidad de Huelva, formada por 16 oblatas de edades avanzadas, está especialmente vinculada a las hermandades onubeneses, para las que han realizado importantes trabajos de bordados, ya que este es su modo de subsistencia desde su creación. «Hacemos de todo: casullas para sacerdotes, manteles para las parroquias…», explica la superiora, la hermana Rosa María. Y exalta, orgullosa, la relación con los vecinos. «Acuden a nuestro monasterio pidiendo oraciones y nos hacen partícipes de sus intenciones. Nos quieren mucho y nos cuidan», asevera. Y eso, ellas lo agradecen mucho. Una historia reciente lo corrobora. Las religiosas tuvieron hace poco a una hermana en el hospital que compartía habitación con una joven. «Sus padres eran del Camino Neocatecumenal, pero ella no tenía mucha fe». Pero, al darse cuenta de que estaba muy grave, «pidió a nuestra hermana que, cuando se muriera, que por favor la acompañase». Su padre, cuenta la superiora, «pedía mucho por la hija, para que se acercara al Señor en aquel duro momento». Resultó que esta hermana y la chica murieron el mismo día por la tarde. «El padre nos llamó desconsolado para contarnos que había fallecido, y la religiosa que cogió el teléfono le dijo que nuestra hermana se había ido al cielo también, y eso le impresionó». Fue un consuelo muy grande para él. Tanto que, en el funeral, contó esta historia. «Él tenía la paz de que se habían ido juntas. Ese era el deseo de Dios, que fuera al Padre con nuestra hermana».

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Huevos cocodrilo

INGREDIENTES (para seis personas)

  • Seis huevos
  • Tres latas de atún
  • Dos patatas
  • Tomate frito
  • Dos cucharadas de harina, cuatro cucharadas de aceite, sal y medio litro de leche para la bechamel
  • Pan rallado
  • Sal

PREPARACIÓN

Se cuecen los huevos, se pelan y se parten por la mitad, reservando la yema. Para la bechamel, en una cacerola calentamos el aceite, añadimos la harina y vamos incorporando la leche y la sal.

En un recipiente se mezclan las yemas deshechas, el atún y la bechamel formando una pasta. Luego se rellenan los huevos. Se pasan por huevo y pan rallado, y se fríen en aceite caliente hasta que queden doraditos. Acompañamos con patatas paja y dos cucharadas de tomate frito (si es casero, mejor).