Huellas - Alfa y Omega

Estoy completamente convencido de que somos un bloque de barro en manos de Dios; Él nos va configurando y se sirve de nosotros para ayudarse a modelar a los que nos rodean. Esto es lo que nos pasó a uno de mis últimos pacientes y a mí. Por mi parte, tengo una mentalidad urbanita. Aunque según mi párroco, que me llama a la verdad, lo que me pasa es que soy un pijo. Nunca me había planteado que la España vaciada se encontraba a escasos kilómetros de mi casa y que pudiera toparme con personas que vivieran como mi paciente. Él tiene 94 años; un vecino del pueblo lo trajo al hospital tras una caída. Es pastor y estaba sufriendo por su rebaño, que estaba desatendido. Vivía sin luz ni agua caliente. Su única familia eran sus animales y sus vecinos. No tomaba medicación y los valores analíticos eran envidiables. Pero un fuerte dolor le limitaba como consecuencia de la fractura vertebral de la caída. Le informé de que tramitaría su traslado a una residencia donde pudieran asistirle y él se negó.

Yo no podía entender cómo en pleno siglo XXI alguien podía vivir así, cómo había llegado a los 94 años con tan pocas facilidades. Y lo que más me inquietaba, ¿por qué no se quería dejar ayudar? Durante su ingreso hablamos mucho. Siempre lo encontraba tumbado y a oscuras. Le gustaba hablar conmigo y me decía: «Pero no se vaya usted tan pronto». Cogió confianza y negociamos la opción de la residencia. Es muy cabezota y quería irse a su casa de todas formas. Así que llegué a un acuerdo con él: si conseguía levantarse, se iría. Lo intentó, pero el dolor era fortísimo y no pudo. Trabajé para mejorar su dolor, conseguimos que pudiera estar sentado con un corsé. Una mañana, cuando entré en la habitación, me dijo que aceptaba irse a la residencia. Tenía solo dos condiciones; la primera, que alguien cuidara de sus animales, y la segunda, que la residencia tuviera amplias zonas verdes. Gracias a la trabajadora social, un vecino se hizo cargo del rebaño y encontró una residencia perfecta para él.

Cuando se fue de alta, me di cuenta de que gracias a él he aprendido que la vida no son solo las comodidades de la gran ciudad; que hay mil realidades a mi alrededor y que puedo aprender mucho de cada una de las personas que pasan por mi vida. Él se fue diciendo «milagro de Dios». Yo le dije que Dios actúa a través de las personas, de los acontecimientos. También él aprendió a dejarse cuidar. Estoy seguro de que los dos hemos dejado huella en el otro.