Historia del mal - Alfa y Omega

El mal es la destrucción producida por el odio; esa destrucción que, a través de los medios, los españoles estamos presenciando en el padre que asesina a sus hijas para destruir a la madre. El caso que conmociona a la opinión pública estos días de mediados de junio de 2021 es la reproducción de un arquetipo clásico, descrito por Eurípides en su tragedia Medea, que analizo en Los otros humanismos, de la editorial Thémata, recientemente reeditado.

En el homicida, el odio opera así, como recogen José Julio Cabanillas y Jesús Cotta en Lengua en paladar, también editado por Thémata: «Cuando te mueras / no te vas a dar cuenta. / Nunca duermes: el odio te lo impide; / tiene mucha más fuerza que el cansancio; / lo recoge en el seno de su vértigo / y así lo multiplica muchas veces / haciéndolo infinito, insostenible. / Y hasta cuando el cansancio es ya supremo / el odio triunfa de él, y lo supera. / Lo recoge y lo aumenta nuevamente. / Puede despedazarte el propio cuerpo / y el alma. Y es inútil: / aunque estés mutilado por completo / tendrás aún fuerzas para maldecir / y para violar intimidades… / Porque el odio será siempre más fuerte, / más fuerte que el cansancio ya infinito. / Y no podrás dormir. Nunca. Jamás. / Y entonces ni siquiera / podrás morir: / no podrás darte cuenta cuando mueras / porque ya desde mucho tiempo antes / estabas habitando en el infierno».

El odio es la reacción destructiva, que paga con destrucción, la destrucción que uno mismo ha padecido al ser privado de lo que uno más amaba. Lo que uno más ama puede ser la esposa o el esposo, los hijos, los padres, la hacienda, la fama, lo que sea, y eso que uno ama sobre todo es la razón y el fundamento del propio vivir y del propio ser, porque uno existe y vive para eso.

Como dice Juan de la Cruz, el alma está mucho más donde ama que donde anima, y si alguien destruye eso que uno ama, uno siente que está destruido en el fondo de sí mismo, que no quiere seguir existiendo, que quiere ser nada y no quiere otra cosa que nada, destrucción. Entonces reacciona deseando venganza, deseando comunicar lo que lleva dentro, que, cuando uno ha sido destruido, es nada, nada más que nada. Odiar es desear que algo que existe deje de existir, que se convierta en nada. Es lo contrario del amor, que consiste en querer que las personas que se aman tengan un ser, una existencia más plena, que existan en la felicidad.

En la tragedia de Eurípides, Medea siente que su esposo Jasón la ha traicionado a ella y a sus hijos al querer dejarla y tomar como esposa a la hija del rey de Corinto, su anfitrión. Entonces Medea monta un plan para matar a la hija del rey y a los hijos que Jasón ha tenido con ella, y para dejar vivo a Jasón, para que viva mucho tiempo en la angustia de quedarse sin lo que amaba, para que viva en la nada.

«¿Quién perdona sino Dios?»

El odio no se cura con la venganza. Solamente se alivia. Porque la venganza no devuelve la vida a los seres amados. El odio se cura con el perdón. Per-donar es volver a donar lo que se había destruido, es decir, volver a donar el ser a las personas destruidas. Normalmente eso no está al alcance de los seres humanos. No pueden dar el ser a los que han sido destruidos. Pero tampoco pueden dejar de odiar, de querer destruir, de comunicar lo que les queda dentro. Los hombres no pueden per-donar, convertir el odio que llevan dentro en amor, convertir la nada en que ha quedado convertido, en ser fructífero y generador de vida. Los hombres no podemos perdonar, no tenemos esa capacidad. «¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?» (Marcos 2, 7 y Lucas 15, 21).

Los hombres, lo más que podemos hacer es pedir ayuda para poder perdonar. Y cuando recibimos esa ayuda, la recibimos con el paso del tiempo, cuando la herida cicatriza y el agujero de la nada se restaña poco a poco. Se restaña cuando en la negrura del deseo insomne de venganza se producen pausas de descanso, cuando se descuida la vigilia de saña. El cuerpo salva al alma de su obcecación por el descanso del sueño. Entonces el asesino puede percibir un ramalazo de belleza y de paz en un pequeño animal, en un perro callejero que busca cobijo, en unas humildes buganvillas, en un niño que llora. Puede percibir un poco de belleza y de paz, y puede sonreír con benevolencia.

Esa sonrisa expresa que, en el desierto de su nada interior ha nacido un pequeño brote de amor que ya no es pura nada, que le ha sido devuelto algo de su ser. Esa sonrisa expresa que él ya no es un desierto de vida, de nada, que ha sido per-donado, que ha empezado a crecer en sí mismo el amor, y que se va acercando el momento en que él mismo podrá también per-donar.

El autor impartió el curso Una historia del mal del 21 al 23 de junio en la Universidad San Dámaso