Hiperprotegidos, pero más vulnerables
Consiguen casi todo lo que quieren —y las empresas lo aprovechan—, profesores y padres se esfuerzan por convertir el colegio en una ludoteca, tienen un mundo digital a su alcance, y aprenden de sus ídolos a jugar al sexo. Parece que todo está hecho para que no sufran y, sin embargo, uno de cada cuatro se siente solo a veces, y uno de cada 14 está deprimido
Los Reyes Magos dejaron en cada casa, hace dos días, regalos por valor de unos 350 euros por familia, y una parte importante de ello va para los niños. En muchos hogares se valora a Sus Majestades por cumplir casi a rajatabla los deseos de las cartas, que cada vez abarcan más cosas (juguetes, videojuegos, móviles…). Quizá no han llegado a Oriente las recomendaciones de los pediatras, que advierten de que, a partir del cuarto regalo, los niños pierden interés.
No les pasa sólo a los Reyes. El 6 de enero refleja lo que pasa el resto del año con otros regalos y caprichos. Como explica el psiquiatra don Aquilino Polaino, «muchos padres compensan con regalos y cosas materiales» el «sentimiento de culpa por estar ausentes». Los niños, por los regalos o el dinero que reciben, se han convertido, como ya pasó con jóvenes y adolescentes, en un nuevo mercado. Hace apenas un mes, la Agencia de Protección de Datos multó a Telefónica por hacer el paso de tarjeta prepago del móvil a contrato a niños menores de 14 años. Con motivo de esta noticia, la asociación de consumidores FACUA denunció, en el diario El País, que «estas empresas cada vez se dirigen más a un público infantil».
Por parte de los padres, puede haber fallos a la hora de educar, pero también crece una nueva mentalidad sobre los hijos: «Antes —afirma el doctor Polaino—, eran el orgullo de los padres, la siguiente generación. Hoy hay una enorme presión social de que no interesan, de que son un estorbo. Luego, al ver que se pasa el arroz, viene el miedo a la soledad», y, mientras se ha acabado con 1,2 millones de niños no nacidos, se llega cada vez más lejos para satisfacer el derecho al hijo. Doña Mercedes Ruiz, maestra en un colegio público y madre de dos adolescentes, explica que, en este ambiente, «el hijo es el centro del universo, y toma el mando de las situaciones. Hay un exceso de niños consentidos, que, sin ser únicos, lo parecen».
La revolución de las guarderías
Desde muy pequeños, además, se enfrentan a problemas «nuevos y más variados» que antaño, subraya el doctor Polaino. Uno de cada cuatro niños menores de tres años —el doble en algunos países— acude a la guardería, algo que UNICEF ha calificado de revolución y apuesta arriesgada con el futuro de los niños. Algunos han visto en este informe un reconocimiento a varios estudios norteamericanos en los que se vinculaba el cuidado fuera de casa en la primera infancia con problemas de salud y, sobre todo, del desarrollo emocional. Un estudio realizado en Quebec en 2006 afirmó que estos niños eran 17 veces más hostiles y casi tres veces más ansiosos que los criados en casa.
Según el psiquiatra don Aquilino Polaino, a esa edad hay sobre todo problemas relacionados con el apego, la relación con los padres y la primera afectividad, debido a «un gran abandono», la responsabilidad por el cual no recae sólo en los padres —si de verdad pudieran elegir, el 70 % de las madres alemanas educaría a sus hijos en casa los tres primeros años—, sino también «en lo mal montada que está la sociedad». Esto puede dar lugar tanto a «niños muy dependientes, que sólo reciben afecto, no pueden darlo, y viven una gran ansiedad», como al «rechazo de todo afecto». También influye en el desarrollo de la identidad afectiva, ya que el niño puede haber tenido «tres o cuatro madres sustitutas» —en la guardería, y varias cuidadoras, con frecuencia de distintos países—; y, «al final, ni el timbre de voz, ni el vocabulario, ni la expresión del afecto coinciden».
Usted a mi hijo no le hace eso
El colegio es otro ámbito donde se ha notado un cambio, pues a los niños —explica doña Mercedes— «se les ha hecho creer que van a pasar el rato, a jugar. Eso es normal para un niño pequeño, pero en Primaria no se les desdice, y al final muchos profesores lo asumen. No se plantea qué hay que enseñar o cómo hacerlo mejor, sino con qué juego. No se les anima a enfrentarse a los retos, a lo más difícil, y superarlo. Siempre se tira a la baja, y al final tienen un aburrimiento mortal». Y, si un día «un profesor le dice algo o le castiga», aparece el padre guardaespaldas, diciendo: «Usted a mi hijo no le hace eso».
Otro problema grave del sistema educativo al que apunta el doctor Polaino es que, a pesar de que, gracias a la mayor cantidad de estímulos, «la inteligencia, sobre todo la operativa y más concreta, haya mejorado», existen lagunas graves, por ejemplo en el uso del lenguaje. Y, si falla el medio de expresión, «la comunicación se vuelve exclamativa, visceral; por eso se dice tanto taco. No hay abstracción ni lenguaje intelectual, el pensamiento no es reflexivo», lo que a su vez favorece también «reacciones más irreflexivas».
El comienzo de Primaria coincide con la llamada infancia tranquila, antes de la pubertad. En ella hay que poner bases firmes y aprovechar para que vayan asumiendo límites y responsabilidades. Pero ya aquí, advierte doña Mercedes, puede que los padres «hayan abdicado de su autoridad, y el hijo se haya hecho con el mando. No lo razona así, pero asume que, si lo que él quiere se cumple, manda él». En el fondo, se le está perjudicando, al hacerlo «incapaz de tolerar la frustración». El doctor Polaino ve aquí el mismo sentimiento de culpa o falta de firmeza paternos que se manifiestan en el consumismo: «Si el padre castiga, la madre lo levanta, o viceversa; o el mismo padre que ha castigado se arrepiente», explica.
Además de «protegidos y consentidos» —añade—, los niños están «sustituidos. Si no se les exige que hagan lo que ya pueden —la cama, vestirse, abrocharse los zapatos…—, no crecen ni maduran. Los padres no exigen porque, para ellos, es más fácil sustituir a los niños que enseñarles». Les sería útil recordar que, según el estudio Encuesta de infancia en España 2008, de la Fundación SM, el 73,5 % de los niños justifica a los padres cuando les castigan y, ya en la preadolescencia, el 41,9 % todavía reconoce que casi siempre tienen razón al regañarles.
¿Infancia tranquila?
Por otro lado, hay datos que parecen desmentir el término infancia tranquila. Hace unos meses, muchos se sorprendieron al saber que el suicidio es la tercera causa de muerte entre los niños de 10 a 14 años. El doctor Polaino, no. A principios de los años 90, participó en uno de los estudios más completos que existen sobre depresión infantil, y descubrieron que afecta al 7 % de los niños entre 8 y 12 años. En 2006, el 10 % de los escolares británicos mostraba síntomas de depresión severa, incluyendo tendencias suicidas, desesperación y la urgente necesidad de llorar cada día. El diagnóstico de otros trastornos también ha aumentado.
El doctor Polaino cree que, aparte de factores biológicos, en las depresiones infantiles influye también «nuestra cultura», incluida la falta de apoyo de los padres en muchos casos, las exigencias de un horario muy amplio de actividades, y problemas en la socialización. El estudio de la Fundación SM mostró, a este respecto, que un 5 % de los niños de seis años (el 7 % entre esta edad y los 11 años) están solos en casa toda la tarde los días lectivos, un 14 % de niños cree que sus padres trabajan demasiado, y el 27 % se sienten solos en ocasiones. Un 55 % de los niños sólo tiene un hermano, un 15 % —el doble entre los hijos de matrimonios rotos— no tiene ninguno, y un porcentaje parecido no tiene primos de una edad parecida, aunque la mitad de los niños tienen uno o dos; al 88 % le gustaría verlos más, a pesar de que el 65 % los ve con bastante frecuencia. El doctor Polaino recuerda lo habitual que es, «entre los hijos únicos, pedir a sus padres, espontáneamente, un hermanito». Aunque no hayan tenido esa experiencia, «notan la ausencia de alguien parecido a él», con quien «comprobar sus límites, poner sus habilidades en tensión, pelearse, alegrarse, coexistir».
Otro elemento de aislamiento, según el doctor, es la tecnología. El 59,8 % de los niños —afirma la Fundación SM— prefieren estar solos en su habitación, donde el 39,9 % tienen una televisión. El 23,2 % la ven mucho entre semana, y el 27,2 % reconocen que se pasan el fin de semana delante de la caja tonta. Además del riesgo de aislamiento, está el de los contenidos. La Asociación de Telespectadores y Radioyentes, en su último informe, denunciaba que las cadenas de televisión generalistas incumplen una media de 7,5 veces al día su Código de Autorregulación, la mayor parte de las veces mostrando, en el horario protegido, violencia, lenguaje inadecuado, sexo y anuncios de programas para mayores de edad. Eso, de cinco a ocho de la tarde; muchos niños la siguen viendo por la noche.
Pero la televisión ya no está sola como ventana digital de los niños al mundo. El 43 % de los niños tiene teléfono móvil, que utilizan sobre todo para enviarse mensajes cortos y comprar tonos, juegos y salvapantallas, otra mina de oro para los empresarios. Según un estudio de la ONG Protégeles, un 18 % de los menores gasta entre 20 y 40 euros al mes, y el 7 % supera esa cantidad. El 36,9 % juega con videojuegos a diario y, en cuanto a Internet, según la encuesta de SM, el 26,6 % de los niños usan chats, en los que se pueden comunicar tanto con conocidos como con desconocidos.
Precocidad sexual
Muchas de estas actitudes crecen, hasta casi duplicarse en algunos casos, en los preadolescentes (12-14 años según el estudio de SM). La Fundación Desarrollo y Persona tuvo que ampliar sus talleres de afectividad y sexualidad desde Bachillerato a estas edades, pues, como explica doña Nieves González, planteaban «las mismas cuestiones cada vez más precozmente. Ahora, ya hay veces que, en 1º de la ESO, llegamos tarde». A esa edad, casi la mitad de los chicos ya salen solos con sus amigos por la noche, y empiezan a ir a las discotecas light. «Como allí no se consume alcohol, los padres se quedan más tranquilos», a pesar de que es uno de los sitios donde empiezan a enrollarse: «Lo viven como un juego, porque son niños», y luego se puede perpetuar «esa actitud de tomar [la sexualidad] como un juego, o algo vinculado al ocio».
No faltan las instituciones que aceptan y fomentan este cambio. En Reino Unido, algún profesor ha denunciado que tenía que enseñar conductas sexuales explícitas y anticoncepción a niñas de 12 años, sin el conocimiento de los padres. Algunos expertos en planificación familiar han defendido allí que niñas de nueve años tomen la píldora. En España, algunos folletos y campañas sobre educación sexual, con contenidos explícitos, se han pensado para niños desde los diez años.
Sin embargo, la sexualización de la infancia puede empezar antes, cuando, a imitación de las series de televisión, o de las poses y coreografías de sus artistas favoritas (desde Britney Spears hasta sus coetáneas Isabel o Melody), asumen, en palabras de la señora González, «actitudes, formas de vestirse y moverse adultas». La reacción no puede ser «tratar de meterles en una burbuja», sino «acompañarlos a juzgar la realidad que los rodea, a ver la diferencia entre la ficción que nos venden y la realidad que queremos construir», y a discernir cómo ese lenguaje de la ropa, los movimientos, etc. puede hacer «que se les mire como personas, o que la mirada se dirija a una parte de ellos y quede reducida a lo sexual».
Se trata de aplicar, a estos casos, la norma más general de doña Mercedes: «Explicarles las cosas según su edad. No se les pueden decir las cosas porque sí, ni hacer una oposición frontal. Lo pueden entender, pero, si siguen protestando, decirles que lo entenderán dentro de un tiempo», tener claro que se va por la buena línea, «perseverar y ser radical, aunque el hijo sufra» de momento. Un aliado es que «los hijos se sienten cómodos con gente que está siendo educada de forma afín —por ejemplo, que tiene una hora de volver a casa parecida—». Sin embargo, «no tiene sentido meterles en una urna, sino enseñarles: La vida es esto, te lo vas a encontrar y vas a tener que optar».
En la adolescencia, los errores cometidos antes se pueden manifestar con más fuerza. Si un niño «incapaz de tolerar la frustración llega así a la adolescencia» —explica la maestra doña Mercedes Ruiz—, el problema «empieza a tener unas repercusiones sociales, y para ellos mismos», que antes no tenía. Además, «cuando se enfrentan a los noes de la vida, lo pasan fatal, se desbaratan y no saben qué hacer».
En diez años, se ha duplicado el porcentaje de adolescentes con conductas problemáticas. Según un estudio del año pasado del Departamento de Sociología de la Universidad de Salamanca, el 25 % presentaba un nivel arriesgado de consumo de alcohol, un 28,2 % había probado la marihuana o el hachís, más del 38 % había participado en riñas y peleas, y el 23,4 % en actos vandálicos. Más que quedarse en estos datos, el estudio concluía que, en realidad, son «síntomas que expresan una compleja situación problemática en la que se ve inmersa la juventud». Otros estudios apuntan también a la relación de estas conductas con las rupturas en el hogar.
Sin embargo, también despuntan en esta edad los buenos frutos, pues los hijos adolescentes ya pueden empezar a comprender y hacer suyas las razones de sus padres, más allá del límite contra el que al principio se rebelaron. Es la experiencia tanto de doña Mercedes como de doña Nieves, de la Fundación Desarrollo y Persona, con sus hijas. El psiquiatra don Aquilino Polaino, además, subraya la importancia de que los mismos jóvenes «se pongan retos». Lo subraya con los ejemplos, extremos, de «chicos de 15 años, a los que he visto, al morir sus padres, cambiar su vida: sacar mejores notas, tratar de educar a sus hermanos, y, al crecer, buscar algún trabajo para ayudar a los tíos con los que viven. Es emocionante».
De todos los niños —de entre 5 y 14 años— del mundo, 217,7 millones, uno de cada siete se ven obligados a trabajar. 126,3 millones lo hacen en trabajos peligrosos. Además, dos millones son víctimas de tráfico sexual, y otros dos millones de niñas han sido mutiladas sexualmente. Un drama aparte es el de los niños que sufren en primera persona los conflictos armados. No sólo los 200.000 que cada año mueren en guerras y otros enfrentamientos, sino también los 300.000 niños soldado, a veces de tan sólo nueve años.
En la homilía de la Misa de Nochebuena, el Papa Benedicto XVI tuvo muy presentes a todos estos niños, recordando que «el Niño de Belén es un nuevo llamamiento que se nos dirige a hacer todo lo posible con el fin de que termine la tribulación de estos niños», y pidiendo «la conversión de los corazones», pues «solamente por un cambio en lo íntimo del hombre se puede superar la causa de todo este mal».
En 2007, se firmaron los Principios de París, un compromiso moral, no vinculante, para acabar con el drama de los niños soldado. Esa intención se incluyó también en los acuerdos de paz de Congo, hace menos de un año, pero, con el reciente recrudecimiento del conflicto, ha quedado en papel mojado. Es importante recordar que, como ha denunciado la Fundación El Compromiso, España es el principal exportador de armas al África subsahariana. Sobre lo que sí hay señales de esperanza es en el final de la explotación de menores: entre 2002 y 2006, ha caído cerca de un 11 % en total, un 33 % para los niños de entre 5 y 14 años, y un 26 % en los trabajos más peligrosos.