«Hijo mío, el Señor me ha mostrado que vas a entrar en la Iglesia»
Era un artista prometedor en la movida madrileña. Abrazó la fe gracias a la perseverancia en la oración de su madre, quien un buen día le profetizó que sería sacerdote
Vicente Molina Pacheco (Madrid, 1956) se convirtió gracias a la oración de su madre. «Cuando yo tenía 27 años, un domingo fui a comer a su casa, yo venía del Rastro madrileño, muy alegre (por aquel entonces yo estaba en lo que se llamaba la “movida madrileña”, con todo lo que conllevaba aquel estilo de vida)», cuenta en una entrevista con Maite Eguiazabal, de la diócesis de Osma-Soria
«Ella venía de Misa –prosigue–. Se me quedó mirando con una sonrisa y me dijo: “Hijo mío, por fin el Señor me ha mostrado que vas a entrar en la Iglesia”. Yo, claro, en ese momento me reí. A los tres meses estaba peregrinando a Santiago de Compostela y, al cabo de un año de una conversión profundísima, entraba en el Seminario de vocaciones tardías de Toledo, Santa Leocadia».
Su carrera artística iba en ascenso, pero su vida parecía despeñarse por un precipicio, hasta que llegó «al límite del suicidio». Ese fue el pórtico de su conversión. «Quería acabar con todo, todo se rompió y perdió el sentido. Pero estando en esta situación que me impedía seguir adelante, descubro una luz, una especie de cuerda de luz muy finita en medio de la oscuridad. Me agarré a esa cuerda y empecé a rezar. Más tarde, ya en el seminario, leí en Kierkegaard precisamente eso, que en el límite del suicidio se encuentra una puerta hacia lo trascendente. Hubo un cambio total en mi vida».
Inicialmente quiso romper radicalmente con su vida anterior. «Rompí cuadros, murales… incluso obras que habían sido premiadas nacionalmente. Tenían tanta fuerza sobre mí que no me dejaban avanzar». Y empezó a colaborar como voluntario con una asociación que acompañaba a enfermos en sus casas.
Vicente Molina empezó a ir a Misa diariamente. Entró en un grupo de la Legión de María, donde apareció «con el pelo largo y pantalones cortos, pero me sentí bien desde el primer momento».
Sin embargo, su madre aún tenía otra importante noticia que darle. Un buen día (domingo, para más señas) le dijo: «Hoy el Señor me ha mostrado en la Misa que vas a ser sacerdote». «¡Venga ya!», respondió él, pero a los tres meses, un 13 de mayo, se sorprendió al verse a sí mismo dirigirse sin avisar a nadie al Seminario de Toledo «en un tren cercanías del que estuve a punto de bajarme en cada parada. Fue una lucha tremenda, pero llegué».
Poco a poco, aunque a regañadientes, volvió a coger los pinceles. Con el tiempo, se ha labrado un nombre en la pintura sacra contemporánea. Buena parte de su inspiración, asegura, le vino por la dura enfermedad que le tocaría padecer y que le daría una mirada nueva sobre la vida.
«He estado desahuciado por los médicos en tres ocasiones pero aquí estoy», cuenta en la entrevista. «Después del segundo trasplante de médula, al año salió otra vez la enfermedad; me dieron una medicina nueva que, por causa de un estado de intoxicación previa, me quemó el sistema nervioso. Estuve siete meses con morfina, era como tener una hoguera en los pies. Entonces entendí lo que significa estar en el purgatorio, no en el infierno, sino en el purgatorio. La primera vez que me dijeron que tenía algo muy grave, tuve una lucha interna terrible. Cuando ya acepté, di el salto de fe interno, le dije al Padre: “Tú quieres esto, lo abrazo con todas mis fuerzas. Ayúdame”. Abracé lo que Él me mandaba y empecé a sentir una profunda paz que me transmitía un estado de plenitud y alegría».