Desde finales de octubre y hasta el día 11 de noviembre todos los habitantes de reinos de la Commonwealth visten sus prendas con la amapola escarlata, la llamada Poppy, festejando el Remembrance Day, día de recuerdo a los sacrificios hechos en los tiempos de guerra por civiles y soldados. Hoy les animo a unirse a mí —ya— tradición de abrir HBO MAX y volver a ver Hermanos de sangre. O a hacerlo por primera vez, si tienen esa suerte.
Porque Hermanos de sangre es, sin lugar a dudas, una de las mejores series de la historia, una de las que más honrado me siento de poder recomendar y una de las que me conozco todos y cada uno de sus diálogos. Y es todo esto por muchas cosas, pero sobre todo porque te emociona con cada minuto de metraje y de capítulo. Cada episodio es ese viaje mágico de la más extraordinaria sonrisa al más amargo nudo en la garganta. Un viaje fugaz; en una escena puede pasar todo. Una conversación entre amigos interrumpida por fuego de morteros; una mirada a un compañero que cae en la mira de un francotirador, o un paseo detenido por el descubrimiento de un campo de prisioneros que termina por descubrir a uno la oscuridad que puede albergar el ser humano.
Hay un episodio que, permítanme el apunte, sobresale por encima de todos. Es el penúltimo y se titula «¿Por qué combatimos?». Es excepcional porque, en él, todos aquellos muchachos se plantean las razones de haberse enfundado en uniformes más o menos condecorados, dejar lejos sus casas y familias, y haberse lanzado a tratar de liberar el mundo desde una trinchera. No digo más.
Hermanos de sangre es la guerra y la vida misma, que nos deja el aprendizaje de valores como la amistad —uno de los amores más puros—, el honor, el compañerismo, el deber, la misericordia, la caridad, el coraje o el valor. Es una serie que nos cuenta la historia de aquellos que la hicieron, que lucharon para que nosotros la pudiésemos contar. Porque combatieron, por eso debemos verla. Así sea.