«Corría cuesta abajo con el viento en la boca y Helena me estaba esperando a la puerta del jardín con su traje de baño de flores rojas y doradas y su sombrero ancho de paja amarillenta, muy alegre, llena de amor y vida, con su pelo rubio lleno de sol y el dedo gordo de un pie saliéndole por el agujero de la alpargata». Me gusta Helena o el mar del verano porque es luminoso, alegre, elegante y de andar por casa a la vez. Me encanta porque parece escrito al vuelo, con el corazón en la boca, y porque al leerlo siento la luz del sol colándose entre las ramas y el olor del mar y la arena y la risa. Porque se lee en un ratín, porque Julián Ayesta cuenta lo que quiere contar —o lo que necesita contar— y no le hace falta rellenarlo de palabras y más palabras. Porque es como un pequeño tesoro escondido y envuelto con mucho cuidado en papel de seda de colores: pura nostalgia de una infancia y una adolescencia que quizá no sean las nuestras, pero cómo nos gustaría que lo hubieran sido.
Porque no me deja tiempo para pensar y me lleva de la mano, como embobada, buceando desde la primera página —qué comienzo— hasta la última —¡y qué final!—. Porque tiene toda la intensidad del sentimiento de un niño que está dejando de serlo, y es suave y amoroso y está lleno de colores —el dulce de guinda que brilla rojísimo entre las avispas amarillas y negras, la playa llena de sol naranja y nubes blancas, la oscuridad que llega lila y morada, las niñas que duermen suavemente como gatitos de terciopelo azul pálido, la luz de la tarde dorada y azul y negra—. Porque su autor no escribió más novela que esta y eso siempre me predispone bien, porque a veces tenemos algo que nos bulle por dentro y necesitamos contar, pero una vez que lo hacemos desaparece esa necesidad y seguimos con nuestra vida —y no pasa nada—. Porque han pasado más de 70 años desde que se escribió, pero no lo parece y a la vez se nota una barbaridad. Porque tiene un título que es una delicia y porque una preferiría que fuera todo verdad y que Ayesta lo hubiese escrito con mucha urgencia por miedo a que el olvido se llevase el recuerdo de su primer amor. Porque es perfecto para leer en una tarde blanca de invierno y cuando lo terminas es casi de noche pero no te has dado cuenta porque estabas absorta recordando —o imaginando— aquel verano en el que fuiste Helena o te enamoraste de ella. Y enciendes la luz y cierras el libro y todo está en silencio y en paz.
Julián Ayesta
Acantilado
2024
88
12 €