Quédate conmigo. Hay vida después de Haneke
El cineasta canadiense Michael McGowan estrena una película muy entrañable inspirada en un hecho que leyó en un periódico. El actor James Cromwell, en estado de gracia, y un guión austero y sin pedanterías, nos dejan un delicatesen para los amantes del cine intimista y sin artificios digitales
Siguen llegando películas cuyos protagonistas son de edad avanzada. Hace pocas semanas, hablábamos de Vivir sin parar, en la que se subrayaba el rebrotar de una última juventud. No hace mucho, comentábamos Una canción para Marion, en la que se planteaba la posibilidad de cambiar incluso al final de la vida. Hoy, con Quédate conmigo, seguimos los avatares de Craig Morrison (James Cromwell), un anciano granjero, padre de siete hijos y esposo de Irene (Geneviève Bujold). En su mujer aparecen los primeros síntomas de Alzheimer, y Craig decide construir en su finca una casa sin escaleras, adecuada a las nuevas condiciones físicas de Irene. Pero ignora la compleja burocracia que implica su proyecto. Esta sencilla historia está escrita y dirigida por el canadiense Michael McGowan, cineasta independiente y creador de historias intimistas y entrañables (Saint Ralph, One Week…), y si merece ser comparada con alguna película es con Amor, de Michael Haneke, tanto por ciertos paralelismos argumentales, como por la radical diferencia en su tratamiento de fondo y forma. Si Amor era una película oscura, claustrofóbica, de interiores en decadencia, de personajes que viven para mirarse… Quédate conmigo es luminosa, con exteriores infinitos, y sus personajes, además de cuidarse, se implican en y con la realidad (Craig trabaja la madera, ordeña las vacas, busca soluciones a los problemas…). Si en la cinta de Haneke había una hija única crispada, aquí son siete los hijos que acompañan (como pueden) a sus padres, y hay amigos por doquier. Frente al drama de la enfermedad de la mujer, Haneke opta por el homicidio, McGowan por la sobredosis de vida.
Un guión mimado, un modesto presupuesto, un director que sabe dónde poner la cámara y un actor del oficio de Cromwell, son ingredientes suficientes para hacer que la película funcione correctamente, sin sobreestimadas ambiciones. Pero por dentro de estas cuestiones, digamos técnicas, en este film rebosa algo difícil de conseguir: un pulso de humanidad real. La razón no estriba tanto en el hecho de que el guión se inspira en un caso histórico (como ya lo hiciera Michael McGowan en Saint Ralph), como en la implicación emocional del director en el proyecto. Un festival de primeros planos, de miradas sutiles, y de sobriedad emocional, que no sólo ha cosechado con justicia muchos premios en Canadá, sino que es una gran película sobre el amor para siempre.
Michael McGowan
Canadá
2012
Drama
+7 años