Las ponencias más reveladoras de los sínodos dedicados a la familia de 2014 y 2015 fueron las de los 18 matrimonios que llenaron con su sólida experiencia las aulas del Vaticano donde estaban reunidos obispos de todo el mundo. Los italianos Giuseppina De Simone y Franco Miano fueron la única pareja conyugal en participar como expertos. Ambos son profesores de Filosofía en la universidad, tienen dos hijos y llevan más de tres décadas caminando de la mano, en lo bueno y en lo malo. Nada mejor que su ejemplo para poner rostro a la exhortación apostólica Amoris laetitia, publicada en 2016. «Existe una gran necesidad de asumir una mirada nueva, de repensar la pastoral, los tiempos, los modos, los lugares, volviendo a partir de las familias, para reforzar el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana», explica Miano, que durante varios años fue el presidente de Acción Católica en Italia. El documento pontificio ha causado «un gran despertar» tanto en la «atención» que los pastores ponen en la familia como en la posición de «centralidad» que ha ido adquiriendo. Miano reivindica una «pastoral familiar global» que no esté «fragmentada» y no «sea especializada» en un solo tema. Hablar de la familia quiere decir «hablar a todos y hablar de todos» y, sobre todo, «hablar de una humanidad que está hecha de relaciones». Una familia no se crea para «encontrar consuelo en las propias debilidades» o para «garantizarse respeto en las incertidumbres de la vida», sino para afianzar la convicción de que «no podemos ser felices si no es juntos y que nuestra vida se realiza solamente en una comunión que se expande». Su experiencia en la comunidad parroquial le permite asegurar que Amoris laetitia –un texto que «conmueve», porque «no es una enunciación abstracta de principios» sino una «voluntad firme de escucha de la vida de todos»– ha supuesto «gran motivo de esperanza» para las familias. «El Papa ha insistido mucho en la particularidad de cada uno. Hemos visto mucha más apertura ante las problemáticas. Gente que ha vuelto a la parroquia porque se siente menos juzgada», expresa.
Para De Simone poner a la familia en el centro es también «recuperar la riqueza y el diálogo intergeneracional» y «partir en dos el individualismo», porque cuando estás en familia «comprendes que encerrarse en las propias seguridades ya no ofrece paz ni felicidad, sino que cierra el corazón y lo priva del horizonte amplio de la existencia». En su opinión, ese estilo nuevo de presentar el Evangelio pasa por superar el «clericalismo» y construir una Iglesia que «ama el mundo sin juzgarlo», que «no se encierra en sí misma» sino que sale al encuentro de las personas con todos sus «problemas» y «sus dificultades».
También hace referencia a la corresponsabilidad que todos los laicos tienen en la Iglesia, lo que debe traducirse en una «formación seria» que a partir de la fe «ayuda a encontrar criterios de discernimiento». De Simone es una gran defensora de la «alianza entre generaciones distintas». Por ejemplo, en los cursos de preparación al matrimonio de parejas jóvenes, donde «las familias con más experiencia pueden hacer una gran labor en la transmisión del Evangelio orientado a la vida cotidiana». La profesora tiene claro que la familia «no en una perspectiva estratégica, sino sustancial» a la que «hay que dar espacio». «Las familias tienen que ser protagonistas del camino de fe y de vida. No pueden ser vistas como una realidad a la que asistir y acompañar, sino como tesoros que tienen mucho que ofrecer en la Iglesia», enfatiza. Por ello recalca que la novedad que propone el Evangelio no es una «familia perfecta», sino que «habla de la cotidianeidad». «El amor convive siempre con la imperfección», concluye.
El Papa ha convocado un Año de la Familia para «redescubrir el valor educativo del núcleo familiar, que debe fundamentarse en el amor que siempre regenera las relaciones abriendo horizontes de esperanza». Arranca este 19 de marzo y en la web del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida (laityfamilylife.va) pueden encontrarse propuestas para vivirlo.