Maria Clara Bingemer: «Hay místicos en los lugares más insospechados»
La teóloga brasileña Maria Clara Bingemer defiende en El Misterio y el Mundo la necesidad de «ir al encuentro de la afectividad de las personas» frente a un lenguaje «excesivamente racional y disciplinario»
Las profecías de los maestros de la sospecha han fracasado; «la religión no ha desaparecido del horizonte humano», pero es innegable que se ha producido una mutación radical en la religiosidad contemporánea. La teóloga brasileña Maria Clara Bingemer, laica y doctora por la Universidad Gregoriana, ha presentado en la redacción de Alfa y Omega su nuevo libro, El Misterio y el Mundo (San Pablo). Su punto de partida es que «las religiones institucionales han ido perdiendo espacio»; incluso en las librerías católicas las estanterías se llenan de «manuales de autoayuda o new age». Todo es objeto de consumo a la carta en estos tiempos, incluida la espiritualidad. Razón que explica que hayan perdido espacio las religiones tradicionales frente a nuevas corrientes como el pentecostalismo y diversas síntesis de corte new age.
Todo eso es cierto, pero a la vez el Espíritu sigue soplando. «Donde y como quiere», subraya Bingemer. «Encontramos místicos en lugares insospechados: en las calles, en las fábricas, en otras tradiciones religiosas, en personas que no entrarían mucho en los parámetros de la moral o la ortodoxia pero de las que no se puede negar que tienen experiencias místicas».
Algunos de esos nuevos místicos son hijos de la Iglesia, como el trapense Thomas Merton. La autora se centra especialmente en el jesuita obrero belga Egide Van Broeckhoven y en la norteamericana Doroth Day, fundadora del Catholic Worker y referente de la teología de la liberación en su versión USA.
En su célebre homilía de Miércoles de Ceniza tras su renuncia, Benedicto XVI citaba a esta última junto a Etty Hillesum, holandesa de origen judío que fue de pareja en pareja hasta que uno de sus novios le recomendó rezar y —a juicio de Bingemer— «tuvo experiencias místicas dignas de una Teresa de Ávila. Pudiendo escapar de los nazis, Hillesum prefirió correr la suerte de su pueblo y acabó muriendo en una cámara de gas; en sus últimos escritos, citaba indistintamente a san Agustín y la Torá.
Ese compromiso ético de Etty Hillesum es, para la autora, la prueba decisiva de autenticidad. El místico no es solamente alguien que habla de Dios, sino «alguien que, sin necesidad de muchas palabas, transparenta a Dios en su vida». Y para eso no se requieren dotes literarias excepcionales, ni siquiera experiencias religiosas fuera de lo común. Siguiendo a Karl Rahner, Maria Clara Bingemer cree que todo cristiano está llamado a ser un místico, lo que implica que la mística es perfectamente trasladable a la vida ordinaria.
El correlato de esta afirmación es que la Iglesia está llamada a facilitar de forma mucho más decidida esa «experiencia de Dios», salir al encuentro de místicos de otras tradiciones e incluso incorporar a la liturgia elementos que puedan resultar útiles para hacerla más atractiva. «Una Misa en un monasterio benedictino debe seguir siendo en gregoriano», matiza Bingemer. «Pero la Comunidad de Taizé inventó otra propuesta, con la que consigue atraer a muchos jóvenes. Y en las comunidades de base de Brasil es muy lindo cómo la Biblia hace su entrada entre bailes. Cada uno tiene que encontrar su manera», sin estar continuamente cuestionando «lo que hacen los demás».
Lo que está claro para la teóloga brasileña es que hoy «no sirve apelar solo a la razón. Tenemos que aprender a trabajar mucho más con lo afectivo; ir al encuentro de la afectividad de las personas, no solo de su cabeza», recuperando también costumbres perdidas como los cines y las fiestas de parroquia. «Hemos tenido un lenguaje excesivamente disciplinario y normativo durante mucho tiempo, y hemos descuidado la necesidad de presentar propuestas atractivas», lamenta.