Universidad Urbaniana de Roma. 500 personas. Más sillas de ruedas y traductores de sordomudos que lo habitual. Convoca el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización para afrontar «una atención necesaria en la vida diaria de la Iglesia», la de la «catequesis y personas con discapacidad», como catecúmenos, y como catequistas. Más que un congreso es una ventana abierta a la Iglesia en salida, que quiere «acompañar al que se quedó al costado del camino», y que vive en el profundo misterio de Dios, donde se palpa, como decía monseñor Rino Fisichela, que la fe no son ideas, sino que «consiste en la percepción de ser amados».
Desde muy joven Miguel Romero, profesor de Universidad en Rhode Island de Estados Unidos, se hacía esta pregunta: ¿qué le pasa a mi hermano? Mientras sus amigos del colegio veían en él solo limitaciones, él descubría una extraordinaria «alianza» de amor entre Dios, él y su hermano, que disipaba las diferencias. ¿Por qué nos cuesta entender esto? Para la antropología de la modernidad, fuerza y capacidad son atributos indispensables del ser humano, mientras debilidad, vulnerabilidad y discapacidad lo deprecian. El Papa Francisco, en la audiencia a los participantes, lo explicó claramente: «Una visión en gran medida narcisista y utilitarista lleva a estas personas a considerarlas incapaces de ser felices y de realizarse a sí mismas». Por eso «es un peligroso engaño pensar que somos invulnerables. Como decía una niña que encontré en mi reciente viaje a Colombia, la vulnerabilidad pertenece a esencia del hombre».
¿Podemos entonces ver en la discapacidad un obstáculo para la excelencia de la catequesis? ¿Dónde esta la garantía de la adhesión libre a la fe cuando intelectualmente solo podemos presumirla? Responde monseñor Peter Andrew Comensoli, obispo australiano: «Las personas con discapacidad extrema no están excluidas del lenguaje en su diálogo con Dios, pues lo hacen desde un lenguaje existencial, el de una relación que se nos escapa a los demás». Por eso, dijo el Papa, la catequesis debe «descubrir y experimentar formas consistentes para que cada persona, con sus dones, sus límites, y su discapacidad, incluso grave, pueda encontrar en su camino a Jesús y entregarse a él desde la fe. Ningún límite físico y psíquico podrá jamás ser un impedimento para este encuentro, porque el rostro de Cristo resplandece en lo más íntimo de cada persona».