«Haití tiene que dejar de ser el país que mata los sueños»
Manos Unidas ha organizado una mesa redonda sobre la emergencia de la situación en Haití, porque «este país es mucho más que un terremoto tras otro»
«Los que trabajamos en Haití vivimos con alegría esperando la llegada de un mañana mejor, porque este pueblo solo quiere avanzar en educación y en cultura», ha dicho este martes el misionero Richard Frechette en la mesa redonda Hambre, violencia y cambio climático: el caso de Haití, organizada por Manos Unidas.
Como paradigma del aumento del hambre a nivel global, y su relación con los conflictos y el cambio climático, la organización ha puesto su mirada en el complejo momento que atraviesa este país golpeado por la pobreza, la violencia política y social y los desastres naturales.
En su intervención, Fidele Podga, coordinador del Departamento de Estudios y Documentación de Manos Unidas, identificó «los dos desafíos más urgentes de Haití: la pobreza y el hambre», y los situó en un contexto más amplio, pues «hoy tenemos un modelo económico muy alejado de las personas».
«Los gobiernos son lentos en tomar medidas» ante emergencias como el cambio climático, o el «opaco y lucrativo negocio de armas», lo que sucede ante los ojos de «una sociedad occidental adormecida». En el caso de Haití, «este país es mucho más que un terremoto tras otro», aseguró Podga, por lo que «convendría saber con qué oportunidades cuenta» para salir adelante.
Juan de Amunátegui, coordinador de Proyectos de América en Manos Unidas, hizo un recorrido por la historia del país caribeño y señaló que, aunque Haití es uno de los países más pobres del mundo, «a ellos les gusta decir que son un país empobrecido». «Más de la mitad de la población está por debajo del nivel de pobreza –continuó–, y la esperanza de vida apenas roza los 60 años. Y la realidad es que muchas familias pasan hambre». Es además «un Estado fallido», con una corrupción «muy elevada», en el que «las bandas criminales han ocupado el papel del Estado».
En medio de esta situación «Manos Unidas lleva trabajando 40 años y desde entonces hemos llevado a cabo 168 proyectos de desarrollo», explicó Juan de Amunátegui. Por ejemplo, en el último terremoto del pasado mes de agosto, «recaudamos casi 300.000 euros y hemos desarrollado cuatro proyectos más de emergencia» sobre todo en el ámbito sanitario.
Desde el terreno, el sacerdote Richard Frechette, fundador de la organización Nuestros Pequeños Hermanos, socio local de Manos Unidas en Haití, explicó que «este país no levanta cabeza, no solo porque falta comida o dinero, sino también porque carece de imaginación para concebir un país moderno y estable». Sin embargo, «Haití tiene que dejar de ser el país que mata los sueños. Dios nos quiere, y estamos seguros de que Él quiere para nosotros otra realidad distinta a la que estamos viviendo».
Por su parte, Stevelson Edouard, director del Área de Gestión Social de América Solidaria, también socio local de Manos Unidas en el país, señaló el peligro de la deforestación de las zonas rurales «lo que va en detrimento de la subsistencia de las familias de las zonas rurales, que se ven forzadas al final a emigrar».
«A los políticos no les interesa para nada la situación de los pobres», lamentó Edouard, «que son los que más sufren las catástrofes climáticas». La situación es tan complicada que los pocos haitianos que lograron unirse a la caravana de inmigrantes con destino a Estados Unidos «tuvieron que salir del país y empezar su viaje en Chile, y al final se vieron forzados a regresar, pero más pobres que antes».