Hace 25 años
Cuando nos ponemos a recordar momentos importantes en la vida de una persona, siempre hay quien dice que son cosas del abuelo, como si no importasen; pero nuestra vida, nuestra historia, está hecha por esos momentos del pasado. Por eso, los 25 años de la catedral tienen humanamente un valor especial para los que vivimos ese día. En mi caso tuve la dicha de formar parte del equipo de ceremonieros que llevamos a cabo el ritmo celebrativo, bajo la batuta de Andrés Pardo, prefecto de Liturgia de la catedral. No se puede uno imaginar lo complejos que fueron los preparativos de una ceremonia especialmente significativa en ritos y símbolos y, además, con la presencia de san Juan Pablo II y sus ceremonieros vaticanos, con monseñor Marini al frente.
Meses antes comenzamos los preparativos y, como la catedral estaba en plena obra día y noche, los ensayos los hicimos en la capilla del seminario, teniendo al frente, pintado en una pizarra, como quedaría el presbiterio una vez terminado. Pero un problema que surgió en su día fue que las credencias se colocaron a la derecha del altar, justo al lado contrario de lo pensado, así que mentalmente tuvimos que dar la vuelta al plano.
Unos días antes ensayamos en el templo, en el que se estaba colocando a toda prisa el suelo de mármol, por lo que tuvimos que estar con mascarillas debido al polvo irrespirable. En aquel momento parecía imposible que estuviese terminado para el gran día. Pero con ilusión todo se supera, y el día antes pudimos dejar preparado todo lo necesario para la celebración.
Llegado el día, a primera hora estábamos todos preparados y cada uno en su sitio: lectores, acólitos, diáconos, las religiosas auxiliares parroquiales de Cristo Sacerdote, los coros, a los que hubo que hacer una escalera de andamio para subir al coro, y tantas personas que participaron de la celebración.
Al frente de los que hicieron posible la obra estaba el general La Calle y, entre otros, monseñor Astillero, Francisco Muñoz y Alfonso Ramonet, que siguen entre nosotros. Recibimos al Papa en el Arzobispado y, al saludarnos uno a uno, nos daba las gracias por ayudarle. La ceremonia fue intensa pero especial: unción de muros, consagración del altar, traslado del Santísimo a su capilla y oración ante nuestra Madre y patrona, la Almudena.