«Habrá un solo rebaño y un solo Pastor»
4º domingo de Pascua / Evangelio: Juan 10, 11-18
De los diversos modos que la Escritura posee para referirse a Jesús, el título de Buen Pastor es probablemente uno de los más expresivos y quizá el que con mayor claridad precisa la relación entre el Señor y nosotros. Esta forma de designar a Cristo no es, sin embargo, nueva en el pensamiento de la época de Jesús. En el antiguo Oriente era habitual considerar al rey como pastor del pueblo que guiaba, y tanto Moisés como David habían sido, de hecho, pastores antes de haber sido investidos caudillos de Israel. Quien era elegido por Dios para gobernar a su pueblo recibía asimismo un mandato de velar por la grey encomendada y de evitar cualquier dispersión del rebaño. Por eso, una de las tareas más significativas que el Antiguo Testamento asigna al rey y pastor es la de «reunir» a los dispersos, como señala por ejemplo el profeta Ezequiel con ocasión del destierro en Babilonia en el siglo VI a. C. Con todo, la frecuente experiencia de fracaso en esta misión de congregar a las diferentes tribus, por un lado, y la poca altura moral de algunos de los dirigentes de Israel, por otro, van a propiciar el anhelo de que sea Dios mismo quien, en un futuro, se sitúe al frente del pueblo. Al mismo tiempo, una misión que en su origen se circunscribía a unos límites territoriales precisos irá ampliando paulatinamente su horizonte hasta ponernos cara a cara ante un pastor con vocación universal, que superará cualquier frontera de pueblo, raza o nación. Esta es, en definitiva, la visión que el pasaje evangélico de este domingo nos presenta de Cristo.
Tras afirmar con rotundidad «yo soy el Buen Pastor», Jesús quiere especificar el significado de ese pastoreo que lleva a cabo. La primera característica del pastor ha de ser la de dar la vida por las ovejas. Esta aseveración coloca desde el principio en primer plano el carácter sacrificial y de entrega de la vida de Jesús, y marcará el resto de condiciones que deberá poseer un auténtico pastor. Del contenido del pasaje se deduce un cierto carácter polémico que busca distinguir a los verdaderos de los falsos pastores. De hecho, estas palabras siguen a una discusión entre Jesús y los fariseos tras la curación del ciego de nacimiento. Para nosotros es fundamental percibir que cuando Jesús insiste en las características del buen pastor se está refiriendo a sí mismo, habla en primera persona y no solo teóricamente. Por desgracia, los israelitas estaban acostumbrados a dirigentes políticos y religiosos entre los que abundaban quienes buscaban más el bien propio que el de las personas encomendadas a ellos, actuando como asalariados y abandonando a su grey ante el menor riesgo. A diferencia de estos, Jesús remarca que a Él le «importan las ovejas», garantía a la que siempre debemos recurrir, especialmente cuando experimentemos la duda, la incertidumbre o la falta de confianza en el cuidado que Dios tiene de cada uno de nosotros.
Jesús conoce a sus ovejas
Estrechamente unida con la dimensión de entrega y de cuidado de cada uno de nosotros se vincula el conocimiento de Jesucristo hacia sus hijos. Para nosotros, seres limitados, es arduo comprender cómo es posible este conocimiento de Jesucristo y cómo el Señor nos capacita para poder conocerlo a Él realmente. El fundamento no es otro que la estrecha relación entre el Padre y el Hijo. Este vínculo lleva a Cristo a conocernos y amarnos y, al mismo tiempo, nos impulsa a conocer y amar a Dios y a los hermanos.
La alusión de Jesús a la existencia de otras ovejas que no son de este redil plantea, en continuidad con algunas referencias veterotestamentarias, una misión definida de búsqueda a cualquier persona, sea cual sea la situación en la que esté. En esta frase, la Iglesia ha encontrado siempre una llamada indiscutible a recorrer el camino que nos separa de los demás y de intentar hallar puntos de encuentro con la finalidad de mirar juntos hacia ese Pastor Supremo que nos lleva hacia el Padre.
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».