Contar de qué trata un libro de poesía no es cosa fácil. Empiezo así porque, tras mi última reseña, me tiraron de las orejas: ¡menos literatura sobre la literatura y más contar de qué va! En este caso, la cosa se explica en el epílogo, por el que sugiero comenzar, escrito por Ignacio Carbajosa: cuenta cómo Luigi Giussani se hizo amigo de Leopardi a través de la lectura de sus poemas.
El libro habla de la aventura de vivir, a través de 23 cantos, poemas escritos por un gran pesimista, algo cínico también, del siglo XIX, Leopardi, que se convierten, en la lectura que hace un enorme vitalista del siglo XX, Luigi Giussani, en una caja de resonancia para el amor, el ensoñamiento, la calma, la muerte, la definición de la belleza, el aroma de las plantas, la dignidad de las personas, las normas de cortesía, la soledad necesaria, la fuerza de la memoria… mimbres con los que tejer el cesto de los acontecimientos que construyen los momentos en la vida.
No hay abstracción, sino detalles concretos en los cantos: los rayos de sol son rayos de sol y se comportan como deben, dan calor; la huella del primer amor tiene cara y ojos y manos y el recuerdo preciso de unos latidos de corazón acelerado; un gorrión solitario es un pajarillo que camina a saltos y tiene miedo de casi todo; el infinito no es un ocho tumbado, sino la línea del horizonte; la noche de un día de fiesta es paz y silencio; la luna es luz reflejada, y no tiene ni polisón ni nardos (¡buena cosa!); el sueño es un recuerdo estructurado y un presentimiento activo; la vida solitaria es el reverso del amor y una opción que ayuda a disfrutar, de vez en cuando, del silencio; una dama es una mujer aspirada por la imaginación de un enamorado; Silvia es un amor truncado por la muerte; los recuerdos, el eco de una conversación con las estrellas para fijar sentimientos específicos, en este caso con Nerina como sujeto y objeto, alternativamente; el canto de un pastor es la prosopopeya de las voces cuando uno cree estar solo… aunque te estén oyendo todos los que hay a tu alrededor; la calma después de la tormenta es una explicación del placer; el sábado de la aldea, una descripción de aconteceres; el pensamiento dominante, una introspección de vivencias del autor acerca de los prejuicios; amor y muerte componen un poema tautológico.
La enfermedad y la muerte marcaron la vida de Leopardi: «Envidio a los muertos, solo por ellos me cambiaría», escribió en un diálogo. Giussani le da la vuelta y nos coloca ante la potencia de los vivos. La introducción que hace Milagros Arizmendi es un ensayo de gran interés para cualquier lector, no solo para el filólogo: explica por qué y en qué lo que vamos a leer está relacionado con lo más esencial de los sentimientos, con las emociones primarias.
Hay un poema que me conmueve de manera especial, el que lleva por título La retama o la flor del desierto: trata del sueño de la libertad y de la paradoja a la que se enfrenta el hombre que, buscando la luz, se enreda en las tinieblas, al dejarse acomodar en manos de la soberbia. «No sé si puede más piedad o risa»: endecasílabo perfecto (buena traducción), que nos pone delante del espejo, nos mueve a nosotros, no al espejo, como hace todo este libro, si estamos dispuestos a hablar con él.
Giacomo Leopardi
Ediciones Encuentro