Hablaba del templo de su cuerpo - Alfa y Omega

Hablaba del templo de su cuerpo

Jueves de la 31ª semana del tiempo ordinario. La Dedicación de la Basílica de Letrán / Juan 2, 13-22

Carlos Pérez Laporta
'Expulsión de los mercaderes del templo' de Luca Giordano
Expulsión de los mercaderes del templo. Luca Giordano. Museo Hermitage. San Petersburgo, Rusia.

Evangelio: Juan 2, 13-22

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre».

En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.

Después intervinieron los judíos para preguntarle: «¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré». Replicaron los judíos: «Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

Comentario

En nuestro camino buscamos el hogar. Incluso el nómada al acabar el día acomoda el lugar donde se detiene a dormir. Quiere descansar, y para eso abre un espacio en la cueva o el campo a su cuerpo fatigado. No es algo definitivo, pero necesita detener el tiempo al menos una noche. Quizá después de muchas noches comenzó a darse cuenta de que no hacía camino al andar. No estaba hecho para caminar sin destino, y empezó a soñar con un hogar.

Ese paso se replica en la vida de cada hombre, cuando se establece, cuando deja de vivir una vida pasajera y busca el lugar en el que descansar. El lugar de llegada hace que la vida deje de ser puramente fugaz. El destino da un sentido al cansancio del camino. Pero lo que siempre hace del lugar una casa es la persona que nos espera en él. Tanto es así que esa persona es capaz de convertir unos pocos metros cuadrados improvisados en un hogar.

Por eso, Jesús «hablaba del templo de su cuerpo». En mitad de la devastación del mundo su sola presencia corporal nos recata de nuestras ruinas: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».

De ahí que cada año celebremos esta memoria de la Basílica de Letrán, la primera basílica del mundo: porque fue el primer lugar de la tierra donde su presencia se hizo un lugar estable en el que pudiésemos ir a descansar. Como hace hoy en todas nuestras Iglesias: basta que su cuerpo habite un lugar, para hacer del él nuestro hogar. Y así, en esta vida pasajera, nos permite esperar la morada eterna.