Había visto a Dios - Alfa y Omega

Había visto a Dios

Viernes de la 1ª semana del tiempo ordinario / Marcos 2, 1-12

Carlos Pérez Laporta
El paralítico desciende por el tejado. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Marcos 2, 1-12

Cuando a los pocos días entró Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa.

Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.

Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico:

«Hijo, tus pecados te son perdonados».

Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:

«Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?».

Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo:

«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”?

Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —dice al paralítico—:

“Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”».

Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:

«Nunca hemos visto una cosa igual».

Comentario

Estaba Jesús en casa. Allí podía descansar de su predicación en Cafarnaún. Cuando se supo, muchos quisieron entrar para estar con Él. No era el momento de escuchar su predicación. Buscaron la intimidad de su hogar. Hasta en la puerta se agolpaban. Todos los milagros y toda la predicación remitían a la paz de la vida con Él; toda su vida pública expresaba «la promesa de entrar en su descanso» (primea lectura).

Su descanso no consistía en mera distracción. Pasaba tiempo con los suyos en la vida normal del hogar. Cenas. Conversaciones sencillas. Gestos familiares. Todo aquella vida hacia dentro le permitía recuperar las fuerzas y el sentido de su vida hacia fuera: porque todo lo hacía para invitar a todos los hombres a su descanso, a la intimidad con Él. ¡Cómo henchía el corazón de Jesús aquella intimidad con los suyos!

Por eso, Jesús perdona los pecados a aquel paralítico. Todo aquel montaje para hacerlo descender desde el techo es una grandilocuente petición de milagro. Sin embargo, Jesús perdona sus pecados. Se salta el milagro y le invita a la intimidad de su descanso, al lugar junto a Dios donde su perdón nos conduce. Aquel estaba cansado de no poder andar. Quizá, incluso, desesperado, había perdido las razones por las que vivir. Y había odiado la vida. ¿Para qué vivía? Jesús le permitió descender consigo al lugar de su descanso, y le perdonó. Él no se quejó. No le pareció menos de lo que esperaba. Con Jesús volvía a tener sentido vivir. Después vino el milagro físico, sí; pero lo más milagroso había sucedido antes: había visto a Dios.