Tengo la suerte de vivir desde hace 30 años en un pueblo de Cáceres que me permite darme muchos paseos por el campo. Esto me hace descubrir qué sabia es nuestra naturaleza. En tiempo de verano vivimos el tiempo de luz, lleno de frutos y momentos especiales, donde el sol sale temprano y tarda en oscurecer. Después llega el otoño, donde las hojas caen de los árboles. Aparece sin darnos cuenta el tiempo de invierno, donde la vida se termina. Y después llega la esperada primavera, la vida, y vuelve todo a resurgir.
La Iglesia no es ajena a este juego de la madre naturaleza. En estos últimos tiempos estamos asistiendo a una «primavera que se promete» y a un «invierno que se resiste» a desaparecer. Los días vuelven a llenar de luz nuestras vidas. Vuelven a nuestras parroquias los sacramentos, las primeras comuniones, las bodas, las fiestas patronales. Recuerdo cuántas veces el Papa san Juan Pablo II nos entusiasmaba en la JMJ diciéndonos que volverá la Iglesia a vivir sus mejores momentos. Conozco el invierno que ha vivido, la falta de vocaciones, pero también veo estos grupos que están surgiendo con jóvenes y familias, donde empiezan a dar importancia a lo central de la vida del cristiano.
Leía hace unos días la carta que escribió Benedicto XVI con motivo del 150 aniversario de la muerte del cura de Ars. En aquel Año Sacerdotal quería «promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes», subrayando «sus esfuerzos apostólicos y su servicio infatigable y oculto».
Estos esfuerzos de tantos hombres en el sacerdocio, religiosos y religiosas no pueden quedar en el olvido. Todo ha sido sembrado, volverá a florecer y los frutos darán vida a nuestros pueblos, parroquias y grupos y volverán a llenarse nuestros seminarios.
Los nuevos movimientos y comunidades son expresión de la nueva primavera que suscitó el Espíritu Santo con el Concilio Vaticano II. El Papa Francisco, que en varios momentos nos habla de esta primavera de la Iglesia, desea comunidades cercanas a la gente y a sus necesidades, con pastores con «olor a oveja».
Son momentos de ponernos en camino y desear darlo todo sin escatimar nada para nosotros. Estamos viviendo una primavera de la Iglesia, abramos los ojos para disfrutarla, para hacer un mundo mejor. No nos quedemos, como dijo el Papa Francisco en la JMJ de Polonia, «sentados en el sillón».