Gustavo acabó en la cárcel por maltrato. Ahora da testimonio de reconciliación con su mujer
Este matrimonio italiano será uno de los protagonistas de la vigilia de oración que se celebra este sábado en Roma por el Jubileo de las Familias, los Niños, los Abuelos y los Ancianos
Manuela Romagnoli y su marido Gustavo se casaron, enamorados, en 2005. Pero la suya fue una relación tormentosa, hasta el punto de llegar a la violencia y pasar por la cárcel. Este sábado por la noche compartirán su testimonio de cómo lograron reconciliarse y «ahora somos personas completamente renovadas, resucitadas. Hemos renacido en el amor porque hemos abrazado la cruz que hemos llevado». Será en la vigilia de oración que acogerá la basílica romana de San Juan de Letrán en la víspera del Jubileo de las Familias, los Niños, los Abuelos y los Ancianos.
Tanto Manuela como Gustavo son hijos de padres separados. El de Gustavo, además, era agresivo. Él aprendió esta forma de relacionarse y, cuando en su propia vida de pareja aumentaba la tensión, reaccionaba violentamente. Hasta llegaba a las manos.
Manuela soportó doce años de violencia «por amor y miedo», relata en entrevista a Vatican News. Hasta que decidió denunciarle. «Tenía que detenerlo para salvarme a mí misma y poner a nuestros dos hijos a salvo». Con todo, incluso en los peores momentos «en mi corazón no quería que nuestro matrimonio terminara», confiesa.
Tras la decisión de su mujer, Gustavo acabó en la cárcel de Rímini. Fueron 24 días en los que «me sentí perdido y sin esperanza. El sentimiento de culpa era demasiado grande, lo que había hecho era demasiado grave. Una sensación de vacío absoluto por haberlo perdido todo».
Había tocado fondo. Y, en ese momento, llegó una luz al final del túnel. Conoció a los voluntarios de la Comunidad Papa Juan XXIII. Ellos le brindaron la oportunidad de cumplir el resto de su condena con la Comunidad Educante con los Encarcelados, una estructura alternativa a los centros penitenciarios tradicionales.
Mientras tanto, su mujer dejó el trabajo y buscó ayuda en una asociación para combatir la violencia contra las mujeres. Sin embargo, notaba que eso no era suficiente para recuperarse. Procedente de una familia católica, empezó a sospechar que necesitaba un cambio espiritual. «Estaba enfadada con Gustavo y con Dios». A Él le «culpaba de no ayudarme». El vuelco llegó un día en que «un sacerdote me dijo que no podía perdonar si no experimentaba primero ser perdonada y amada. Estas palabras me salvaron».
Desde esta nueva perspectiva, accedió a retomar el contacto con Gustavo. Al principio, con cautela; solo por teléfono. Luego, en persona. El itinerario de Gustavo también lo había llevado por una vía de transformación espiritual. Tras cumplir condena, decidió quedarse a trabajar en la Casa Madre del Perdón de Rímini, donde ayudaba a personas con discapacidad y recién salidas de prisión. «Una de ellas, Marino, me dio la vuelta al corazón. Me ayudó a salir de mi egocentrismo a mí, que siempre me había sentido un fracasado. Descubrí que tenía algo bueno que donar a los demás».
A través de sus encuentros, Manuela logró perdonar a Gustavo y hace tres años volvieron a convivir. Un paso que «no es humano, es una gracia. Es algo divino, ya que humanamente no se puede perdonar a una persona que nos ha hecho daño. Pero el Señor en algún momento entra en ti y su amor vence al mal. Cuando la ira desaparece, puedes sentirte consolada, amada».