«¡Nadie sin hogar!» se ha convertido en el grito de guerra de las personas en situación de sinhogarismo en nuestro país y de quienes creemos que los derechos son para todas las personas. Todavía se habla de indigentes, mendigos, los sin techo, los sin hogar, los que se quedan fuera. Durante estos 30 años en los que venimos impulsando la campaña, nuestro empeño ha sido, ante todo, el de hacer camino con ellas para recuperar su identidad y su nombre.
Las personas sin hogar son las eternamente invisibles de nuestra sociedad; personas cuya realidad de pobreza extrema y vulnerabilidad les va situando al margen de las relaciones sociales, del espacio público normalizado, del acceso al derecho a una vivienda, al empleo y a tener garantizada una adecuada protección social. En definitiva, son las personas expulsadas de los lugares de inclusión en los que «las personas cuentan». Son los que se quedan fuera de la cobertura sanitaria, social o legal, sin un hogar digno, desvinculadas de la sociedad, sin recursos y sin oportunidades. El perfil va cambiando a merced de cada crisis socioeconómica, y cada vez son más diversas las personas afectadas. Son hombres y mujeres, jóvenes y mayores, sin redes de amigos y familia a las que pedir ayuda.
30 años dan para mucho y a veces para poco, porque las personas sin hogar que acompañamos desde Cáritas y desde las diferentes entidades que participan en la campaña, se siguen sintiendo estigmatizadas, encasilladas en nuestros miedos y prejuicios, en la invisibilidad o el desprecio. Necesitan un largo camino para restaurar sus vidas pero, sobre todo, necesitan que alguien crea y confíe en ellas, en lo que un día fueron, en lo que son, personas. Hoy y ayer, piden una oportunidad para recuperar su dignidad herida, reclaman su derecho a existir y a tener los mismos derechos que el resto de la ciudadanía.
¡No dejemos que se queden fuera! Necesitamos gente que genere oportunidades y confianza, otras personas con deseos de contribuir a tejer redes sociales, capaces de dedicar recursos, atención y cuidado a los más frágiles de nuestra sociedad. Una comunidad vive en mayor armonía cuando apuesta por recuperar espacios de dignidad, de derechos y de afectos para todas las personas.