Una de las palabras que utilizamos con más frecuencia en la vida diaria y que primero aprendemos de una lengua es gracias. Los padres enseñan a sus hijos, desde muy temprano, a expresar gratitud con esa pregunta, o mandato, que sigue al obsequio que recibe el niño: «¿Qué se dice?». Las principales religiones destacan su importancia, exhortan a su práctica, la incluyen en las oraciones y ofrecen rituales para su práctica. La Eucaristía, centro de la vida cristiana, es precisamente acción de gracias.
La importancia de la gratitud ha sido reconocida a lo largo de los siglos y altamente considerada en la mayoría de las sociedades. La Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el año 2000 año de acción de gracias, a la vez que Año Internacional de la Cultura de la Paz. Algunos países celebran cada año el Día de Acción de Gracias. El orador y filósofo romano Cicerón consideraba que «la gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás». «Es de bien nacido ser agradecido», afirma la sabiduría popular condensada en el refranero.
Investigaciones sobre la gratitud
La psicología positiva incluye la gratitud entre las principales fortalezas humanas, y las investigaciones muestran los beneficios que produce su práctica en la salud mental, física y social. Para la profesora Sara Algoe la gratitud fortalece las relaciones interpersonales y, en particular, las de pareja. Constituye también una protección ante la adversidad y ayuda a sanar las heridas afectivas sufridas a lo largo de la vida.
Además, la gratitud favorece la auténtica felicidad. Tras una experiencia positiva aumenta la felicidad, pero por poco tiempo, pues pronto vuelve al nivel previo. Esta tendencia, llamada adaptación hedónica, dificulta o impide el aumento estable de la felicidad. La gratitud ayuda a que cada experiencia positiva prolongue su novedad y siga elevando la felicidad. Por eso, las personas felices practican la gratitud y no es de extrañar que su ejercicio se incluya, como objetivo importante, en la intervención para aumentar de forma permanente la felicidad. Para el filósofo francés André Comte-Sponville la gratitud es «la más placentera de todas las virtudes y el más virtuoso de todos los placeres».
La gratitud, además de expresarla, hay que sentirla pero, también, además de sentirla hay que comunicarla. El profesor Robert Emmons propone, incluso, comunicar la gratitud por medio de un escrito dirigido a quien nos benefició de algún modo; o llevar una especie de diario de gratitud, donde anotar –durante unos días, de vez en cuando– las acciones, interacciones y personas, también a Dios, que merecen gratitud. Es un autoexamen orientado a crear una actitud de gratitud y a formar una personalidad agradecida. Es decir, a ver cada momento de la vida como algo que se me da y no como algo que se me debe; a mirar la realidad a través de la lente de la gratitud, a descubrir y ensanchar por qué y a quiénes debemos agradecer. La meditación o terapia Naikan, propuesta por el japonés Ishin Yoshimoto, ayuda, a través de la reflexión, a fomentar la gratitud y es, a la vez, un antídoto contra las emociones destructivas.
Por el contrario, algunas actitudes y rasgos de la personalidad impiden o dificultan la gratitud, pues resultan incompatibles con una visión agradecida de la vida. Por ejemplo, la envidia, el resentimiento, la personalidad exigente, el materialismo y, sobre todo, el narcisismo. El poeta cubano José Martí compara la gratitud con las flores que solo se dan en las tierras bajas, «en la tierra buena de los humildes». El corazón sencillo es un corazón agradecido.
¿Siempre y en todo lugar? Hay circunstancias en que resulta difícil expresar gratitud: muerte, enfermedad, fracaso… Pero la gratitud requiere que se perciba un contraste entre lo desfavorable y lo favorable; sentir sed lleva a agradecer más el vaso de agua; la muerte de un ser querido invita a dar gracias al valorar ahora mejor su vida con nosotros. En general, ayuda a mantener la actitud de agradecimiento en la adversidad la madurez espiritual que sabe encontrar el lado positivo del presente y del pasado, mientras ve la vida en su totalidad.
La gratitud se comprende mejor al compararla con la ingratitud. El filósofo escocés David Hume afirmó que «de todos los crímenes que las criaturas humanas son capaces de cometer, el más horrible y el más antinatural es la ingratitud, especialmente cuando se comete contra los padres. La ingratitud está presente en la mayoría de las heridas y muertes». La gratitud, por el contrario, es un reforzador de la conducta prosocial y un barómetro que señala el nivel moral de las personas y de la sociedad. ¡Mantengamos alto este barómetro!