Grafitis, pintura y teología en una estancia vaticana
El quinto centenario de la muerte del pintor Rafael, el 6 de abril de 1520, ha pasado algo desapercibido en medio de la pandemia. Los visitantes habituales de los Museos Vaticanos tienen la oportunidad de apreciarlo, aunque la acostumbrada celeridad de los recorridos no siempre permite valorar la rica combinación entre arte y teología de la mayoría de sus obras
El tercer grande del Renacimiento italiano, junto con Leonardo y Miguel Ángel, es uno de los grandes referentes del arte de todos los tiempos. Los visitantes habituales de los Museos Vaticanos tienen la oportunidad de apreciarlo, aunque la acostumbrada celeridad de los recorridos no siempre permite valorar la rica combinación entre arte y teología de la mayoría de sus obras. Pero, además de la corrección política, sin ninguna sutileza en sus análisis, deja espacio a valoraciones formalistas y a juicios históricos de esos en los que solo existe o lo bueno o lo malo.
Rafael Sanzio (1483 – 1520) fue un pintor que lo tuvo todo para triunfar en el mundo artístico y en la sociedad: juventud, simpatía, carisma entre sus discípulos, mecenazgo de la nobleza y el papado… Giorgio Vasari, el conocido biógrafo de los artistas italianos, lo califica incluso de hedonista por sus riquezas, honores o relaciones con mujeres. ¿Y qué decir del Papa Julio II, uno de sus principales protectores? ¿No fue el Pontífice que mandó derribar la vieja basílica del Vaticano, que vistió la armadura en las guerras contra otros estados italianos y que quiso convertir a Roma en una capital cultural, e incluso política de Italia, al rodearse de los artistas más prestigiosos de principios del siglo XVI? ¿No tenía suficientes argumentos aquel monje agustino llamado Martín Lutero para calificar de Babilonia a la Roma papal?
Tan solo unos años después, en 1527, las tropas imperiales de Carlos V saqueaban la ciudad, y entre ellas abundaban los soldados que habían abrazado la fe luterana. Entraron en las estancias vaticanas y dejaron grafitis en uno de los frescos de Rafael, La disputa del Sacramento. Mi primera conclusión es que alguno de ellos no era un ignorante; en una época en la que pocos sabían leer y escribir, se había empapado de las críticas de Lutero. La punta de las espadas dejó los nombres del reformador alemán y de Carlos V en la pintura de Rafael. Unió, y no precisamente para el bien, a dos enemigos irreconciliables. Por otra parte, aquellos nuevos puritanos, anunciadores de tiempos de penuria para obras de arte y bibliotecas, no se privaron incluso de profanar la tumba de Julio II en busca de riquezas.
Testimonio de la fragilidad
Me llama la atención de que esos grafitis no fueran cubiertos en los cinco siglos transcurridos. Dudo mucho que fuera por descuido o por olvido. Me atrevo a aventurar que quedaron como un testimonio de la fragilidad de lo humano. Aquella Iglesia de obras artísticas esplendorosas, representada por Papas como Julio II y León X, y que soñaba con el renacer de Roma, parecía haber olvidado que los odios y las ambiciones eran capaces de llevarse todo por delante. Según algunos expertos, el encargo de Julio III a Miguel Ángel para pintar los frescos del Juicio Final guarda relación con el dramático saqueo de Roma.
Otro detalle: los soldados luteranos respetaron La escuela de Atenas, el otro fresco de Rafael en la misma estancia vaticana. Es cierto que La disputa del Sacramento es la obra más visible al entrar en aquel lugar, y es casi seguro que el tema de la pintura irritara a la fanática soldadesca. El centro de la obra es una custodia sobre un altar. Queda situada en el plano de la Iglesia militante, bien diferenciada de la triunfante en los dos espacios de la composición. Sin embargo, la Eucaristía no es objeto de ninguna disputa, tal y como sugiere el título tradicional de la obra. Debería llamarse El triunfo de la Eucaristía o El triunfo de la Iglesia. Los personajes representados parecen estar en contemplación o en ameno diálogo junto a la custodia. Es significativo que los haya tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y no separados sino mezclados entre ellos.
El cardenal Ravasi tiene mucha razón al señalar que Rafael era a la vez artista y teólogo, bien fuera por su propia iniciativa o por indicación de sus patronos. Jesús no ha venido a abolir la Ley y los profetas (Mt 5, 17). De ahí que aparezcan san Pedro, Adán, san Juan evangelista, el rey David, san Esteban, Jeremías, Judas Macabeo, san Lorenzo, Moisés, Abrahán y san Pablo. También están representados Papas y padres de la Iglesia como san Gregorio Magno, san Jerónimo, san Ambrosio, san Agustín, san Buenaventura, Inocencio III y Sixto IV. Sorprende que además aparezcan Dante Alighieri y el monje dominico Savonarola, condenado por hereje por Alejandro VI, un Papa adversario de Julio II.
Lo fundamental en este fresco es que el misterio de la Eucaristía une el cielo con la tierra. En la parte superior está la Trinidad, la Virgen, san Juan Bautista y los cuatro Evangelios, pues la Palabra no se puede separar del Pan.