Gracias y hasta pronto - Alfa y Omega

Hace un año que empecé esta columna y nunca os he contado cómo descubrí que Jesús me llamó a ser misionera. Antes de nada, ha sido un honor entrar en vuestras casas y quizá nos encontraremos en algún otro lugar, si Dios quiere. Tenéis vuestra casa en Daejeon, Corea del Sur —nuestra web es servidoresdelevangelio.com—.

Cuando estaba en segundo año de Traducción e Interpretación tuve el regalo de estudiar un año en Londres con una beca Erasmus. Pensaba que el mundo lo cambian las personas que trabajan en Naciones Unidas y el Parlamento Europeo, y por eso quería ser una de ellas. Trabajando para ganarme unas libras extras en la cafetería de la universidad coincidí con Daniel. Era un inmigrante de Senegal que entre plato y plato me contó por qué y cómo llegó a Inglaterra. Contrastaba su risa con el mal humor y la cara agria de la dueña del negocio.

El miércoles había fiesta latina, el jueves música indie, el viernes siempre algún concierto en la ciudad y el sábado, fiesta o cena de los estudiantes Erasmus. Cada fin de semana salíamos para conocer Londres, Oxford, Cambridge… y conocimos también la movida londinense. A mitad de año, uno de nuestros amigos británicos se suicidó. Al final del año, murió el padre de una amiga española.

Otro trabajo que hice fue corregir la ortografía de las tesis de los estudiantes británicos de Filología Hispánica. Aprendí mucho leyendo y de paso me ganaba unas librillas para viajar o comprarme algún CD o libro. Pensaba que uno de los chicos que me pidió revisar su tesis siempre estaba adormilado, pero me dijeron que en realidad estaba fumado.

Por primera vez participé en una adoración de la Eucaristía. Nos decían que, en ese pan, frágil, pequeño, estaba contenido todo el Amor del mundo, fuerte para curar, capaz de transformar el mundo. Las ganas de cambiar el mundo y la sed de un amor auténtico se unieron dentro de mí. Tuvo un eco muy profundo en mi corazón el Éxodo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arranca su opresión, conozco sus angustias. Ve, yo te envío». Con la ayuda del discernimiento comprendí que todo esto era parte de la llamada de Dios a ser su misionera. Ahora sí, me despido con gratitud y pena, y os pido vuestra oración y ayuda económica para seguir realizando nuestra misión. Nuestro número de cuenta es: Servidores del Evangelio ES 35 0182 2952 0702 0159 3859. Gracias.