¡Gracias, papá!
Me llamo Marta Oriol, tengo 27 años y Dios me ha regalado una familia maravillosa: un marido, Quique, al que cada día quiero más, y tres hijos: mis mellizos Carmen y Enrique, que tienen 1 año y tres meses, y la más pequeña, Martita. Hace apenas dos meses, después de un inesperado accidente, Dios quiso llevarse al cielo a mi marido, a Enrique y a Martita, a la que le quedaba mes y medio para nacer. Cuando mis enanitos tenían 15 días recién cumplidos, fue el cumpleaños de su padre, y le escribieron esta carta, que me gustaría compartir, en homenaje a Quique, por haber sido un marido 10 y un auténtico padrazo, y para dar gracias a Dios por estos tres años de matrimonio y auténtica felicidad que me ha regalado y permitido compartir con él:
Querido papá: ¡muchas felicidades! La verdad es que nos parece mentira que estemos ya aquí fuera, con vosotros. ¡Somos felices!, porque desde el principio supimos que tú y mamá nos queríais de verdad. Notábamos la ilusión de mamá, las caricias que nos hacías tú por las noches cuando, despacito y con mimo, acariciabas su tripita; te oíamos cuando nos hablabas, aunque no entendíamos bien lo que nos decías (ya nos lo explicarás, qué era lo que con tanto cariño nos susurrabas), cuando le aliviabas a mamá con masajes el cansancio de sus piernas y sus pies -de lo relajada que se quedaba, nosotros nos quedábamos dormidos-. Muchos días teníamos hambre, y sabíamos que mamá no tenía ni fuerzas para levantarse y darnos de comer, pero tú, siempre pendiente y a su lado, le preparabas lo que más le apetecía, aunque probablemente estuvieras más cansado que ella. En fin, así eras en todo, porque sabías que cualquier esfuerzo de más que hiciese mamá, nosotros lo hacíamos con ella, y tú lo que más querías era cuidarnos a los tres.
Sabíamos perfectamente cuándo mamá estaba contigo a su lado, ¡porque notábamos que era tan feliz! Y es que no te puedes imaginar, papá, la cantidad de cosas que hemos llegado a conocer de mamá durante estos nueve meses. Todo lo que sentía, nosotros también lo sentíamos, nos lo transmitía todo. Podemos darte la enhorabuena; hemos comprendido que mamá es feliz porque te tiene a su lado, porque te quiere muchísimo y porque te tiene verdadera admiración como persona, marido y padre (esto último, desde el mismo día en que os enterasteis de que veníamos de camino).
Mamá, casi todos los días, después de recibir un Algo que nos encantaba, se ponía a hablar en bajito con un Señor que se llamaba Dios, y con una señora que se llamaba Virgen María, y no dejaba de darles gracias por muchas cosas y de pedirles otras muchas. Después de estos ratitos, era cuando más cerca y unidos a ti y a mamá nos sentíamos, y cuando realmente comprendíamos lo que te quería y lo que nos quería a nosotros. Daba gracias, una y otra vez, por llevarnos dentro y por tenerte a ti, papá, junto a ella.
Te vamos a contar un secreto. Los primeros días que llegamos a casa de los abuelos, desde el hospital, nos dimos cuenta de que mamá no dormía por las noches. Se quedaba despierta horas y horas… ¿A que no te imaginas qué hacía durante gran parte de ese tiempo? ¡Llorar! Pero no te preocupes, nosotros, que la conocemos bien, sabemos que eran lágrimas de felicidad. La oíamos mientras tú dormías, y no dejaba de repetir: ¡Gracias, Dios mío, pero yo no me merezco esto, yo no merezco tanta felicidad! Mamá es fuerte -o, por lo menos, lo intenta aparentar, porque en el fondo lo siente todo muchísimo y es muy sensible, como tú bien sabrás-. En los nueve meses, nunca la hemos oído llorar por nada. Sin embargo, aquellos días lloraba y lloraba con ganas -en silencio, pero con ganas-, y todo ¡porque era feliz ! De esas lágrimas de felicidad tenemos que decirte, papá, que tú eras el culpable, por haberla querido como la has querido, por quererla como la quieres y por haber hecho posible, con tu cariño, que nosotros hayamos nacido.
Por todo esto, por mucho más que es difícil expresar, por haber hecho posible con tu cariño que estemos aquí, y, sobre todo, por querer como quieres a mamá y hacerla tan feliz: ¡Gracias, papi! Ojalá que ese Señor que concede tantas cosas –Dios, como le llama mamá- nos conceda a nosotros también un deseo (bueno…, mejor dos, uno por cada uno de nosotros): que nos ayude a haceros muy felices a los dos y, así, algún día lleguéis a estar orgullosos de nosotros; y que nunca dejéis de quereros como os queréis ahora, sino que podamos decir siempre, igual que afirmamos ahora, que nuestros padres se quieren cada día más. Gracias por ser nuestro papá y hacer que mamá sea tan feliz. Un beso enorme de cada uno.
Carmen y Enrique