En marzo de 2015 el Papa Francisco confesaba a Valentina Alazraki, corresponsal de Televisa, su corazonada de que «mi pontificado va a ser breve. Cuatro o cinco años, no sé. O dos, tres… Bueno dos ya pasaron. Es como una sensación un poco vaga». Ahora que ha cumplido once años intensos y emocionantes, resulta conmovedor ver cómo Francisco sigue en la brecha a pesar de la hostilidad de algunos, de los problemas de rodilla y pulmón y del peso de sus 87 años, que impedirían a casi cualquier persona hacer la mitad del trabajo que desarrolla cada día.
Su rostro, hoy más redondeado, recuerda a Juan XXIII, mientras que su esfuerzo por trabajar a pesar de las limitaciones físicas evoca a Juan Pablo II. El Papa desea viajar este año a Argentina y Uruguay, Polinesia e incluso Vietnam, pero son distancias muy largas. El único viaje fácil es a Bruselas, en septiembre, para el sexto centenario de la Universidad Católica de Lovaina.
En este duodécimo año de pontificado, Francisco se volcará en culminar el importantísimo trabajo del Sínodo y en preparar el Año Santo de 2025, centrado en Jesucristo.
A lo largo de once años, Francisco ha presentado en Evangelii gaudium el programa de renovación de la Iglesia volviendo la mirada a Jesús y a los primeros cristianos. En Laudato si’ ha espoleado al mundo a abordar con seriedad el gravísimo problema del deterioro de la atmósfera por los gases de efecto invernadero. En Fratelli tutti ha desenmascarado el venenoso cóctel de crispación, polarización, maniqueísmos y populismos que quitan la paz a millones de ciudadanos y ponen al mundo al borde del desastre, como en 1939.
En realidad, Jorge Mario Bergoglio comenzó a trabajar en la renovación de la Iglesia universal desde que Juan Pablo II lo nombró cardenal en 2001. Primero, como relator del Sínodo que llevaría a la publicación de Pastores gregis sobre la tarea del obispo en 2003, y después como principal redactor del documento de Aparecida del CELAM en 2007.
Por esos esfuerzos y tantísimos otros: ¡Gracias, Francisco!