Entre los varios sobres diarios que llegan a mi mesa, este llamó poderosamente mi atención. Rojo, escrito a mano —no con la consabida etiqueta de pegatina— y algo abultado. Desde una residencia cántabra, Ana María se había molestado en buscar una felicitación de Navidad preciosa, con tres Reyes Magos envueltos en ropajes dorados, y algo que llevaba años sin disfrutar: música. Al abrir la tarjeta, un «feliz Navidad» en rojo y una melodía se abalanzaron sobre mí. Ana María tiene una letra preciosa y, con ella, se dirige a un «querido y bendito Alfa y Omega». Y nos desea, a todo el equipo, un «próspero año y así sucesivamente». No se detiene en lo particular, en el 2026 inminente. Nos regala prosperidad sine die. Y pide que haya paz. Feliz con este regalo, cuando doy la vuelta al cartón encuentro el culmen: «Vuestro periódico lo leo y luego se lo doy al padre José Luis los domingos en Misa». La información, que con tanto cariño ofrecemos, no la guarda solo para ella. Se la lleva, papel en mano, cada fin de semana a su sacerdote, para compartir. Para extender. Ella es la verdadera evangelización. Por ella seguimos existiendo. Gracias, Ana María, por ser el horizonte que a veces olvidamos.