Gómez Borrero, la periodista que acercó el Vaticano a los españoles
Ella consiguió las primeras imágenes tras el asesinato de Aldo Moro y cubrió el atentado a Juan Pablo II
La ternura de Juan Pablo II se refleja en esta imagen junto a Paloma Gómez Borrero, una mujer innovadora que marcó estilo en la transmisión periodística. Ambos, incansables, se hallaban en un avión, donde pasaron numerosas horas de su vida; en esta ocasión durante el viaje apostólico a Azerbaiyán y Bulgaria en mayo de 2002. Tras ellos, otro español clave de ese papado, Joaquín Navarro-Valls.
Esta semana se cumplen seis años del fallecimiento de la pionera femenina en la información del Vaticano. La vida independiente y viajera de esta mujer con sagacidad informativa encaja con el lugar de su nacimiento, la calle Libertad de Madrid. Su origen, sin embargo, desconcierta: desciende por vía materna de Álvarez de Mendizábal, el promotor de la desamortización de los bienes de la Iglesia.
Con beca de estudios, viajó los veranos a Francia, Gran Bretaña y Alemania. Algo poco habitual para la época, especialmente para una mujer. Hablaba cinco idiomas, se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo y empezó a trabajar en la revista Sábado Gráfico como enviada especial a países europeos.
Cuando fue nombrada corresponsal de TVE en Italia y el Vaticano, era la única mujer que ocupaba este puesto en la televisión, también única, en España. Nuestra sociedad estrenaba libertades, la información ocupaba un lugar prominente e Italia vivía una actualidad convulsa. Gómez Borrero se convirtió en un personaje popular.
Ella consiguió las primeras imágenes tras el asesinato del expresidente, Aldo Moro. Su capacidad de trabajo era tan grande como su pericia para obtener información. Otro gran impacto televisivo fue su cobertura del atentado a Juan Pablo II o la entrevista a la madre Teresa de Calcuta.
En diciembre de 1983, el director de RTVE, José María Calviño, decidió relevarla y en marzo de 1984 llegó a la redacción de COPE. Todos destacábamos su sencillez y generosidad; su versatilidad rozaba una dispersión que para cualquier otro sería incontrolable. Nuestra amistad se estrechó por la vecindad. Hasta plantamos un árbol juntas en el parque de la Comunicación de Boiro. Paloma poseía casi el don de la ubicuidad. Comprobé su capacidad de acogida, su ayuda al periodista más novel y su temperamento alegre sin que le faltase carácter. La COPE fue el eje de su trabajo, pero no abandonó la televisión, en América y en España, en los magacines de M.ª Teresa Campos. Colaboró también con Popular TV, después TRECE, y en este semanario.
Paloma Gómez Borrero informó de los 104 viajes de Juan Pablo II a 160 países, cinco de ellos a España. Y gozaba de una gran memoria que ha hecho famosas algunas anécdotas. Por ejemplo, cuando jóvenes españoles gritaron a Juan Pablo II: «¡Torero, torero!». Extrañado, el Papa preguntó por qué había venido tanta gente «de Toledo» a verle. O, en el monte del Gozo, cuando unos jóvenes le expusieron con cánticos sus dificultades económicas. El estribillo era: «¡Queremos pasta!». Al concluir el acto, Juan Pablo II afirmó: «¿Por qué nadie les da a estos chicos unos buenos espaguetis?». Su cercanía con el santo Papa polaco quedó de manifiesto cuando bautizó a su nieta Caterina en la capilla Sixtina.
Los primeros galardones los recibió en Italia. Destaca el Premio Calabria, que otorga el presidente de la República. En Madrid, el de la Asociación de la Prensa, la Cruz de Isabel la Católica, la Academia de la TV o el ¡Bravo! de la Conferencia Episcopal. Años después, cuando recogió este premio su sucesora Eva Fernández, no pudo contener la emoción al recordar a Paloma y a Eva Galvache.
Rosa Elviro, la médico de Paloma, la convenció para que acudiese al hospital. Su imagen en TVE era muy pálida. La periodista que acercó el Vaticano a los españoles tenía 82 años y su capacidad de comunicación e innovación permanecía intacta. A las diez de esa noche me llamó Alberto, su marido. Entre sollozos logré entenderle: «Paloma se muere… le quedan días».
Falleció a las dos semanas, el 23 de marzo de 2017. Sus cenizas reposan en el panteón de los españoles del cementerio de Roma. Pero aún puedo verla sin perder su sonrisa cruzando la plaza de San Pedro.