No suelen gustarme las series de abogados, quizá por aquello de que en casa del herrero, cuchillo de palo; o porque, sencillamente, la tendencia a americanizarlo todo ofrece una imagen de la profesión que no se corresponde a la que en este nuestro país transmitimos los que día a día damos el callo en despachos, juzgados y tribunales. Poco glamour, pocos dólares y nada de encontrarte con un Ford Mustang de no sé cuántos caballos aparcado en tu plaza de garaje. Dicho lo cual, en esta sugerencia breve de primer jueves de mes les traigo una de abogados: Goliath, cuyas cuatro temporadas tienen a su disposición en Prime Video. Goliath relata la historia de un desencantado, Billy McBride, encarnado por Billy Bob Thornton —a quien puede que recuerden por su malvado personaje en Fargo—, que en esta ocasión se mete en el papel de un hastiado letrado, ex socio fundador de un gran bufete en la ciudad de Los Ángeles. Ahora, alcohólico, taciturno y sin ningún destino en la vida, bebe sus recuerdos en un bar y desperdicia su talento jurídico en un pequeño apartamento desordenado y deprimente. Todo cambia cuando se ve arrastrado a volver a la toga y asumir un caso de esos que, cinematográficamente, hacen carrera: luchar contra una gran corporación defendida por su antiguo despacho, que aún lleva su apellido en el nombre, para hacer justicia a los humildes, para servir de honda de esos que no tienen recursos con los que hacer frente a los goliats de la vida.
Bien pudiera iniciarse cada capítulo de este anómalo relato judicial con aquella cita del Primer Libro de Samuel (17, 50): «Así venció David al filisteo con una honda y una piedra. Lo golpeó y lo mató sin espada en la mano». Goliath nos demuestra una vez más, como enseñó el libro de Samuel y enseñan las buenas historias, que qué gran razón tuvo aquel perspicaz que exclamó por primera vez aquello de vale más maña que fuerza. A lo que ahora me permito añadir que, al cabo, la humildad siempre vence, creo.