Gilbert Keith Chesterton, profeta
Vio venir la Revolución rusa y la caída de la URSS, la Segunda Guerra Mundial, la amenaza del Islam… pero le preocupaban más las consecuencias del materialismo, el relativismo y la revolución sexual en el mundo moderno. La conferencia inaugural del Congreso internacional G. K. Chesterton. 75 años después de su muerte, celebrado esta semana en la Universidad CEU San Pablo, estuvo dedicada a la faceta profética del autor inglés, que afirmó que «la locura de mañana no está en Moscú, sino, mucho más, en Manhattan»
Chesterton es «un escritor de esperanza. Tiene una apreciación de la vida, de la gente, de la creación, casi no igualada por ningún escritor moderno». Y, sin embargo, el autor de esta descripción destaca «cuánta razón tenía cuando predijo lo mal que iba a estar todo en el futuro; lo bueno que era prediciendo todas las cosas malas que han pasado durante el último siglo».
Don Dale Ahlquist, presidente de la American Chesterton Society dedicó la conferencia inaugural del congreso internacional sobre el escritor, organizado por la Universidad CEU San Pablo, a la faceta de Chesterton como profeta: «Nosotros vemos lo que Chesterton vio —explicó—, sólo que él lo vio antes de que sucediera».
Algunas de esas profecías versaban sobre política. En 1905, anunció la Revolución Rusa; predijo su rígida burocracia, y, ya en 1919, afirmó que, en unas pocas generaciones, se extinguiría y fragmentaría.
De manera similar, predijo «antes que nadie» una Segunda Guerra Mundial, que, «probablemente, empiece —postuló Chesterton— en la frontera polaca» y que sería «la más horrible», por ser «más fría y calculada, más remota, más impersonal, más indiferente al individuo».
Del Islam aseguró que es una «amenaza permanente», y —antes de la Revolución comunista— calificó a China de «el único rival real al cristianismo».
Y, con todo, «la locura de mañana no está en Moscú, sino, mucho más, en Manhattan». Con esta frase, Chesterton expresaba que «habría una revolución que haría mucho más daño al mundo que la revolución bolchevique. Sería la revolución sexual», explicó el señor Ahlquist.
«En el momento en el que el sexo deja de ser un sirviente, se convierte en un tirano», escribió Chesterton, que imaginó algunas de las consecuencias de separar amor, sexo y procreación. Una sería la generalización del aborto, mediante el cual «el Gobierno y los expertos podrán, sin juicio ni discusión, disponer de las generaciones no nacidas con la ligereza de un dios pagano»; o la pérdida de la inocencia de los niños, una forma de «matar la infancia sin matar al infante».
Los siguientes pasos de la cultura de la muerte son la eugenesia, a la que dedicó un libro, y la eutanasia, que pasará, de «matar a la gente porque son una molestia para ellos mismos, a matarlos porque son una molestia para nosotros».
La familia, otra víctima
Otra víctima —temía el autor inglés— sería la familia. «Chesterton veía venir todo esto —explicó el señor Ahlquist— porque observaba el principio de la ruptura del matrimonio en su tiempo, y veía a dónde llevaría». Las leyes que, al facilitar el divorcio, lo frivolizaban, tendrían como primera consecuencia, según Chesterton, «la frivolización del matrimonio». Incluso apuntó a la ideología de género, al afirmar que «cada sexo está tratando de ser los dos sexos a la vez y el resultado es una confusión más falsa que cualquier convención».
Un problema añadido es que, ante los problemas de la familia, «casi nadie osa defenderla». Se ha creado un sistema que la niega, aunque, «a veces —concedía—, ayudará al niño a pesar de la familia; a la madre a pesar de la familia; al abuelo a pesar de la familia. No ayudará a la familia». En vez de eso, el Estado pretenderá sustituir la autoridad de los padres, en especial a través de la educación.
La invasión por parte del Estado de la vida del hombre común hará de aquél un nuevo dios. También se divinizará la salud, y a la vez que se normalicen los placeres anormales, «se llamará malos a los placeres normales». A la vez que «se prohibirá fumar, se impondrá la anticoncepción» —detalla este experto—. Esta civilización que veía Chesterton en el futuro —apuntó también don Dale—, viviría en ciudades y en zonas residenciales despersonalizadas, donde sería más importante tener cuartos de baño y mascotas, que hijos. El materialismo ya empezaba a convertir al hombre en un «esclavo moral y espiritual», porque «cualquier adición a nuestros lujos significará una pérdida de nuestras libertades».
Relativismo y persecución
Unido al materialismo moderno, Chesterton percibió, asimismo, el comienzo de una era relativista: «Estamos alterando, no los males, sino el criterio de bien por el cual los males se pueden detectar y definir». Bajo la insoportable tensión de la vida moderna, «incluso las cosas que los hombres desean pueden derrumbarse: el matrimonio, y la propiedad justa, y la adoración, y el misterioso valor del hombre». El mundo «está tan desordenado —explicó el señor Ahlquist— que los hombres ya no desean esas cosas».
También supo ver el autor inglés que tanto el «odio fanático a la moral» como las revoluciones socialistas conducirían a la persecución religiosa: «Antes de que la idea liberal muera o triunfe, veremos guerras y persecuciones como el mundo no ha visto nunca». También hablaba de una forma de persecución más sutil: «Si hablas de Dios como un hecho, como una razón para cambiar la propia conducta, el mundo moderno te parará de alguna forma, si puede».
Quería equivocarse
Tras esta larga enumeración, el señor Ahlquist reconoció: «Todo esto hace que Chesterton suene como un lúgubre pesimista. La mayoría de los profetas tienden a sonar así». ¿Dónde está el Chesterton agradecido por todo? «Lo que olvidamos sobre los verdaderos profetas es que quieren equivocarse. Sólo nos dicen hacia dónde vamos si seguimos por este camino». Chesterton ofrece una salida, que es «que se restaure la civilización católica. Pide un renacimiento del sentido común, en defensa de la justicia, de la libertad, de la propiedad y de la familia».
Este renacimiento empezará, como empezó para él mismo tras la crisis de escepticismo y desesperanza que sufrió en su juventud, por recuperar el sentido del asombro, y hacer «el amanecer y el pan cotidiano y los secretos creativos del trabajo interesantes por sí mismos». Del asombro nace el sentirse criatura, y de ahí surgen importantes consecuencias. Por ejemplo, «habrá más respeto por los derechos humanos, y no menos, si se pueden tratar como derechos divinos», es decir, consecuencia de que el hombre sea hijo de Dios.
Al hablar de Chesterton como escritor de esperanza, el señor Ahlquist no estaba diciendo que fuera un optimista, al igual que no era un pesimista. «Los dos pecados contra la esperanza son la presunción y la desesperanza», explicó. Tanto una como otra «nos impiden actuar, e impiden el arrepentimiento y la renovación». Y Chesterton, como buen profeta, lo que pretendía precisamente era llamar a eso.
La respuesta al Congreso Internacional G. K. Chesterton. 75 años después de su muerte, tanto en asistentes inscritos como en comunicantes, «ha superado nuestras expectativas», afirma su directora académica, doña María Isabel Abradelo. Añade que «el hecho de que exista tanta gente que investigue y presente comunicaciones», indica que muchos, más allá de la curiosidad, «indagan en las razones que esconden sus obras». Precisamente «dar cohesión y poner en contacto» a estos investigadores era uno de los objetivos del congreso. Han participado en él grandes especialistas como Dale Ahlquist; el profesor de literatura en la Universidad Ave María, de Florida, Joseph Pearce; el investigador Aidan Mackey, y el padre Ian Boyd, del Instituto G. K. Chesterton, que son «la prueba del rigor y altura científica con que se le estudia en todo el mundo». La profesora Abradelo opina que el renovado interés por los escritos de Chesterton, y la reedición de muchas de sus obras son «dos vías que han confluido y se han apoyado recíprocamente», para volver a ponerlo en un lugar destacado. Además, el público, una vez ha probado un libro de Chesterton, «ha pasado a otro, y a otro».
Don Abelardo Linares, de la editorial Renacimiento, confirma a Alfa y Omega que, aunque los lectores de Chesterton aún no sean muchos, a esos pocos «les gusta mucho». Para él mismo, el autor inglés «ha tenido siempre un efecto euforizante y chispeante, como el del champagne»; o como «las bebidas de cola y el café, que nos dan un punto de excitación y nos ayudan a permanecer despiertos. Es el mejor disolvente de los lugares comunes». En una situación parecida se encuentra don Jaime Vallcorba, director de la editorial Acantilado: «Una de las ideas que tenía cuando la monté era publicar todas las obras de Chesterton. Me parece uno de los grandes. Cuando las nuevas generaciones descubren su inteligencia y su sutileza espiritual, y su sencillez casi franciscana, los deja estupefactos. Es lo opuesto a la pedantería, leerlo se parece más a conversar con alguien con una cerveza delante».