Seminaristas y teleoperadores de caridad
Ante el aluvión de peticiones de ayuda, los futuros sacerdotes hicieron turnos en el seminario de Getafe para poder atender todas las llamadas
Tras 15 días de confinamiento, aquel que experimentamos en marzo de 2020, en Cáritas Getafe vivieron un «aluvión de desesperación». La expresión es de Maite Herrero, secretaria general de la organización, quien también recuerda «la angustia de aquellos momentos» y «la cantidad enorme de consultas que nos llegaron a través del teléfono y del correo electrónico».
Ante aquella situación, que se ha puesto de manifiesto en la presentación de la Memoria 2020 de Cáritas Diocesana de Getafe, Herrero destaca la labor de los voluntarios habituales de la entidad, muchos de ellos incluidos entre la población de riesgo de la COVID-19, que desde sus casas «reinventaron la manera de trabajar y trataron de ayudar en todo lo que podían».
Pero fueron tantas las peticiones de ayuda que la organización caritativa de la Iglesia se vio obligada a «hablar con nuestro servidor de telefonía» para «adaptar una centralita que teníamos aquí y hacerla más extensiva», recuerda la secretaria general. Esto se traducía en más líneas, más terminales móviles y, por lo tanto, más canales a través de los que recibir llamadas.
Ya había más líneas, pero ¿quién estaría detrás de ellas? ¿Quién descolgaría el teléfono? se preguntaban en Cáritas Getafe. El vicario de Caridad y el rector del Seminario respondieron a aquellas cuestiones: lo harían los seminaristas. «Se les explicó los datos básicos que debían recoger para poder tramitar la ayuda. Esa información nos la reportaban al final del día y un coordinador la repartía a los diferentes técnicos de acción social». Estos, a su vez, «preparaban la respuesta, la derivación y contactaban con la parroquia que tenía que atenderles», concluye Maite Herrero.
Tocar el dolor
Jordan Balmori fue uno de aquellos seminaristas que se puso al otro lado de la línea telefónica y describe la experiencia como «un choque muy fuerte. Sobre todo llamaba gente que te decía que nunca se había puesto en contacto antes con Cáritas, pero que ahora no le quedaba otra salida». También subraya «lo bonito que fue ver la necesidad que teníamos de ayudar ante todo lo que estaba pasando y poder hacerlo de esta forma».
Así, los seminaristas hicieron varios turnos para que el teléfono estuviera operativo desde la mañana hasta la noche. «A cada uno nos tocaba una hora y media por la mañana y otra hora y media por la tarde», subraya. Y en aquellas conversaciones, Balmori tocó «el dolor de la gente».
De entre todas las llamadas, recuerda «la de un señor que cuidaba a su madre y me decía: “Yo, perdonar, pero es que nunca he llamado a la Iglesia, ni me he acercado a una. Esto no va conmigo, pero es la única que está ahí”. Y añadió algo que me tocó: “Yo por mi madre, hago lo que sea”. En realidad es como decir, “yo por mi madre, salgo de mi mismo”, y esto es justo la vida del sacerdote. Uno no es cura para uno mismo, sino para los demás, por amor a los demás. Me dio una catequesis impresionante».
Una vez que Jordan Balmori colgaba el teléfono se iba a la capilla. Había apuntado los nombres de todas las personas con las que había hablado «y se los presentaba al Señor». Luego, «le daba gracias porque me había puesto en una posición que no me merecía y le pedía un corazón como el suyo, para amar sin juzgar». Al final, «lo único que me interesaba era que todo aquel que llamara viera en mí a Cristo, pero para eso tenía que ver yo a Cristo en ellos».