El nuevo Código de Deontología médica del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM), aprobado el pasado mes de diciembre, rechaza la gestación subrogada cuando haya contraprestación económica, pero acepta aquella altruista matizando que «debe preservarse la dignidad de la mujer y el interés superior del menor», según especifica en sus artículos 65.1 y 65.2.
Aunque se rechaza taxativamente la gestación por sustitución con contraprestación económica como contraria a la deontología médica, la acepta sorprendentemente en su modalidad altruista, como si el factor económico fuera suficiente para evaluar bioéticamente el proceso de gestación por subrogación.
Pero son muchas las razones que justifican el rechazo a esta práctica en cualquiera de sus modalidades. Me refiero a evidencias científicas que demuestran cada vez con mayor rotundidad que la gestación constituye un episodio fundamental tanto para el bebé gestado como para su madre, que condicionará la evolución posterior de ambos y su relación.
A diferencia de la adopción posnatal, que persigue otorgar una maternidad al bebé que ha perdido a su madre o esta no quiere o no puede acogerlo y que, en este caso sí, tiene derecho a recibir una crianza por parte de una familia, sea biológica o adoptiva, en el caso de la gestación subrogada no atendemos el derecho del niño al cuidado maternal, sino que diseñamos un proceso desde su inicio dirigido a fracturar la maternidad de la gestante para sustituirla por la de una madre comitente, en atención al presunto y falso derecho a ser padre o madre. Tal derecho no existe y, por tanto, no se justifica la producción de embriones —muchos embriones por cierto condenados a muerte— y la posterior gestación, condenada a no proseguir con la maternidad tras el parto, con las consecuencias relacionadas que luego describo.
La maternidad comienza con la gestación. Toda gestante es madre desde el comienzo de su embarazo. También la subrogada, a la que abocamos hacia una maternidad diseñada para frustrarse tras el parto, con las consecuencias que de ello pueden derivarse. Excluir de la maternidad el proceso de gestación es instrumentalizar a la mujer gestante, atribuyéndole una condición de incubadora que pareciera no tener más relación con su hijo que la de aportarle soporte biológico para su desarrollo. Sería una nueva forma de esclavitud moderna, de cosificación del ser humano, además de una muestra de profunda ignorancia sobre la trascendencia de la gestación en la vida de ambos.
Los médicos españoles deberían valorar en toda su importancia las evidencias científicas que aportan datos valiosísimos sobre el profundo intercambio que se produce entre madre e hijo durante la gestación. Desde el diálogo molecular en el tránsito del embrión por las trompas de Falopio, que prepara su posterior implantación y progresión, hasta la interacción que se da entre madre e hijo a niveles bioquímicos, hormonales, inmunológicos, genéticos, neurológicos y psicológicos, el periodo de la gestación resulta decisivo tanto para la posterior evolución del bebé como para la adaptación de la gestante a la crianza. En estudios recientes se ha puesto de manifiesto la presencia de material genético de la gestante en el bebé gestado, aún concebido con un óvulo y un espermatozoide procedentes de donantes y sin aparente vinculación genética con ella. Esto prueba que este intercambio entre madre e hijo lo es también a nivel genético. Pues sabemos, por otro lado, que en el organismo de la gestante quedarán alojadas células troncales (células madre) de su hijo tras el parto, en un misterioso designio natural de intercambio mutuo.
Recientes estudios muestran asimismo la trascendencia de los cambios que se producen en la corteza cerebral de las gestantes tras el embarazo. Estos cambios permanecen hasta seis años tras el parto —el periodo en el que los estudios lo han controlado— y parecen adecuar el cerebro de la gestante dotándolo de nuevas capacidades dirigidas a la crianza de su hijo.
Además, son de gran relevancia las adaptaciones epigenéticas que se dan durante el embarazo. Estas son responsables de la expresión o silenciamiento de múltiples genes que condicionarán la evolución posterior de ambos, niño y madre. Este conjunto de interacciones, responsable de la instauración de la relación de apego entre madre e hijo, que constituye un soporte fundamental para su crecimiento futuro, hace del embarazo una etapa fundamental en la transmisión de la vida, su cuidado y posterior desarrollo, más allá del mero soporte de nutrición o soporte biológico. Una mirada instrumentalizada de la maternidad por parte del médico, que de modo reduccionista asiste a ella como un mero proceso de incubación biológico, es la única explicación a la inaceptable pasividad que muestra ante una intervención maleficente, injusta e innecesaria como es la gestación subrogada.
Lo anteriormente expuesto deja al descubierto la grave injusticia que supone la instrumentalización de la mujer —cosificada como soporte biológico— y su hijo —convertido en un objeto de deseo— en los procesos de gestación subrogada. Se los priva de lo que la naturaleza ha provisto para que la descendencia evolucione mejor, en una relación de crianza saludable de la madre hacia su hijo.