Garci: «No hago cine de autor, sino el cine que sé hacer»
Vuelve de su retiro José Luis Garci (Madrid, 1944), no sabe todavía si como «un inesperado epílogo», o tal vez como un prólogo a nuevos proyectos. El crack cero, a la altura de sus mejores películas, recoge la tradición del cine negro americano para adaptarla al Madrid de la Transición
El crack cero es un homenaje al cine clásico porque la película está rodada y montada de una forma muy clásica.
En realidad he rodado la película de la única forma en que sé dirigir cine. Yo no sabría hacerla con cabezas calientes de diez metros, drones, helicópteros, con cinco cámaras… He rodado como rodé El abuelo o Canción de cuna, con mi propio lenguaje. Y con ello no intento demostrar nada. Lo que sí he tratado de hacer con la fotografía en blanco y negro es crear esa especie de atmósfera o ambiente que tenían las películas del período que ahora se llama clásico. Por ejemplo, en You’re the one intenté evocar el blanco y negro de esas posguerras desengañadas de películas como Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler, con la fotografía de Gregg Toland. Pero en El crack cero es distinto, se muestra el fin de una época, la esperanza de que iba a llegar algo que luego hemos llamado Transición, y he buscado hacer una fotografía tipo Milton Krasner, en películas de Fritz Lang como Perversidad o La mujer del cuadro… Pero en lo que es la forma de rodar, solo he hecho lo que sé hacer.
¿Qué hay de original y de semejante con las anteriores entregas de El crack?
La trama es completamente original, como eran las demás de El crack, aunque se centra en hechos que podrían perfectamente haber ocurrido. Lo que sí tienen las tres películas es la misma estructura: comienzan con una secuencia pretítulos. En la primera, Areta está comiendo en un restaurante y llegan unos atracadores; en la segunda va a meterse en su coche y se encuentra con unos tipos dentro, y en la actual, Areta está jugando al mus y llega un maltratador gritando a su mujer y él interviene. En las tres, una vez que se nos ha presentado el personaje y hemos visto su comportamiento en una escena impactante, vienen los títulos y arranca la normalidad cotidiana de la trama. Y hay más cosas comunes a las tres: la presencia del boxeo, del deporte, de la coctelería, del amor y el desamor…
¿Tu cine es cine de autor?
Yo no soy un autor. No he puesto nunca en una película: «Un filme de José Luis Garci». A lo mejor soy el único director de cine en España que no pone «un filme de». Hasta en los cortos hoy se pone. Quizá lo mío es más presuntuoso, porque hago lo que hacían John Ford, Alfred Hitchcock o Billy Wilder, poner «directed by», «dirigido por…». Yo no soy un autor, y tampoco quiero proponer ninguna teoría ni nada por el estilo.
En El crack cero los años 70 transpiran por todos los poros de la película. Se palpa la atmósfera de la calle de aquel otoño de 1975. ¿Cómo has conseguido transmitir esas sensaciones que no son solo visuales?
En cinco semanas de preproducción tuve que recrear el año 75, con sus periódicos, con aquellas cajas expendedoras de tabaco de las cafeterías, los suelos de la época… El público irá descubriendo detalles de la época. Por ejemplo, algo tan importante hoy en día como la forma en la que nos comunicamos. Actualmente una pareja puede estar en contacto a través del móvil todas las horas del día. En 1975 era imposible. En la película se dice: «Vicente, por favor, ¿me das una ficha?», para poder llamar desde un teléfono público. O para saber si había novedades se llamaba a la oficina: «¿Hay algo, me ha llamado alguien?». Ese mundo no existe ya. La película está llena de estos detalles, muchos de los cuales surgen durante el rodaje, tratando de recrear una época de la mejor manera que puedes, con el vestuario, los peinados, el mobiliario, el ambiente, los objetos, el mechero, los cigarrillos… ¡Fumaba todo el mundo en esa época! Hoy, sin embargo, lo que hace todo el mundo es ir hablando por el móvil.
¿Has tratado de que Carlos Santos se aproximara al Areta de Alfredo Landa?
Yo le dije que se olvidara de la interpretación de Alfredo Landa. Obviamente iba a ir vestido como él, con los niquis ajustados, gabardina, bigote… Y el personaje es el mismo: tranquilo, no acelerado, que mira y piensa mucho, fuma pausadamente y coge el cigarro de una cierta forma… Esas cosas, por ósmosis, Carlos Santos las va a adoptar y el público lo va a reconocer. Pero quitando eso, le dije que se olvidara de Landa. Ensayamos desde cinco semanas antes del rodaje, usando un tono distinto. Pero ha habido como una transmigración, y hay algo que te lleva a ver en Carlos Santos a Alfredo Landa: cuando camina, cuando mira, cuando fuma, cuando habla y se ríe. El resultado es uno de los mejores trabajos de interpretación que se han hecho últimamente en España. Carlos Santos es tierno cuando tiene que serlo, y al revés. En un mismo plano puede ser cercano y agradable, y de repente explotar, como eran capaces de hacer Joe Pesci o Robert de Niro. Y esa capacidad Landa la tenía también. Una parte oscura que sale de repente.
Te quería preguntar por esas maravillosas tomas nocturnas de la Gran Vía madrileña de los 70, que recuerdan al Nueva York del cine negro clásico. ¿Cómo las conseguiste?
Todos esos planos son míos, de mi filmografía, fundamentalmente de Solos en la madrugada. Yo quise rodar en la Gran Vía, pero era imposible. Los coches de ahora, las aceras con manteros, la gente hablando por los móviles… Y no hay cines en la Gran Vía (¡antes había 14!). Me planteé rodar en Avilés, una ciudad pequeña, recogida, e intentar simular algunas de las calles que hay detrás de la Gran Vía, como Mesonero Romanos, poniendo un par de coches de la época. Pero me di cuenta de que quedaba falso y no funcionaba. Y pensé: «Pero si yo ya tengo la Gran Vía». Solos en la madrugada, El crack, El crack 2, La herida luminosa, Tiovivo… Algunas estaban incluso en scope.
En cambio los planos del Viso están rodados expresamente para esta película. Pero como en los que saqué de El crack 2 y Solos en la madrugada se veía la calle mojada por la lluvia, con ese Madrid brillante, como lavado, tuve que regar las aceras del Viso para que se mantuviera la unidad.
¿Has echado de menos a tus colaboradores de siempre?
¿Cómo no? A Gil Parrondo, el decorador, a Ricardo Navarrete (mi cameraman de toda la vida), a Horacio Valcárcel, guionista, al diseñador de producción Julián Mateos (que tiene 90 y tantos años). Pero he tenido la suerte de encontrarme con un equipo estupendo, gentuza de la buena, que al principio estaban un poco desconcertados porque yo rodaba una toma o dos y bastaba, y ellos venían de hacer 40 tomas. Además rodábamos solo seis horas. De hecho teníamos presupuestado el cáterin y solo hemos comido dos días, porque acabábamos a las 12:00 o 12:30 horas y nos íbamos a comer a casa. Yo ruedo muy poco, ya me lo decía Fernando Fernán Gómez: «Estoy asombrado, rueda poco pero cumple el plan de trabajo». Llevo las películas muy ensayadas con los actores, y ya no me complico con la puesta en escena. En El crack cero creo que no hay más que tres planos de grúa. Pero lo importante es que el montaje sea invisible, que el espectador siga al personaje sin darse cuenta de los tipos de plano. Así eran las películas de Hawks, que tenían una puesta en escena fluida.
En teoría ya no ibas a hacer más cine. ¿Vas a volver a rodar o esto ha sido un inesperado epílogo?
Yo creo que es un inesperado epílogo, pero no me atrevo a decir nada. Para mí ya es muy complicado hacer cine, no por el rodaje, que me lo paso muy bien, sino por todo lo previo: las luchas por la financiación, las negociaciones con las televisiones, el papeleo, los bancos, los derechos de antena, los contratos… Cuando tenía 40 años no me importaba, pero ahora me resulta muy pesado. Aun así, quién sabe, ahora no tengo nada en mente, pero si surge algo, ya veremos…