¿Ganar el mundo entero? - Alfa y Omega

¿Ganar el mundo entero?

Viernes de la 6ª semana del tiempo ordinario / Marcos 8, 34-9, 1

Carlos Pérez Laporta
Foto: DALL·E.

Evangelio: Marcos 8, 34-9, 1

En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo:

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles». Y añadió:

«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».

Comentario

Hay preguntas que son liberadoras, porque nos permiten establecer una distancia entre lo que vivimos y lo que deseamos vivir. En la vida, en nuestros problemas, en nuestras ocupaciones, estamos inmersos, y solo la gentileza de algunas preguntas nos permiten sacar lo suficiente la cabeza como para tomar una nueva dirección.

«¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?», nos pregunta Jesús. Es como si Jesús sorprendiese en nosotros una reserva inconfesada y casi inconfesable. Mete su dedo en la herida que deja esa sensación opaca de pérdida que se tiene cuando ya se ha ganado todo lo que se pretendía. No habla de cuando nos va mal, o cuando hemos tenido una pérdida. No remite a cuando nos falta algo; sino a cuando tenemos «el mundo entero».

Jesús podría decir con Iribarren:

«Me refiero
a cuando te quieren y hace sol
y no te duele nada,
a cuando tienes el mundo
rendido a tus pies
y no te basta».

Es el sabor amarillento de la insuficiencia lo que Jesús nombra: en viento y en nada hemos gastado la vida. «¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?», dirá Eliot. Nosotros no podemos ganar nuestra alma. Nada de lo que hacemos es suficiente. De lo que podemos hacer nada basta para salvar la propia vida. Todo tiene un sabor caduco.

Pero, Él promete la redención «quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». Todo lo que hacemos —lo mismo que hacíamos, pero con Él, por Él y para Él— tiene el sabor fresco de la vida eterna: «En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte».