Gana aquel que abraza más fuerte - Alfa y Omega

Desde que conoció el movimiento de Comunión y Liberación, toda la vida de Jesús Carrascosa, conocido como Carras, ha sido la pasión por llevar la vida de Cristo al mundo. Eso fue lo que le llevó a dar clase con 39 años y sin ninguna experiencia con jóvenes. Yo fui alumno suyo en su primer año de enseñanza. Tenía una personalidad arrolladora. A nosotros, jóvenes burgueses de nuestro tiempo, nos enseñó a reconocer la grandeza y profundidad de los deseos más verdaderos que los problemas de la vida nos suscitan a todos y nos desafiaba a que los tomáramos en serio, a mirar la realidad sin olvidar ni censurar nada, a aspirar al máximo, a buscar la verdad de todas las dimensiones de nuestra vida. Esa es la autenticidad humana que siempre le había movido y que le permitió reconocer que solo Cristo responde al corazón del hombre. Le fascinaba repetir incansablemente que Cristo no solo había venido a darnos la vida eterna, sino también el ciento por uno en esta vida. Y toda su vida ha sido expresión de ese ciento por uno.

Es lo que veíamos cuando nos invitaba a cenar a su chabola de Palomeras y podíamos descubrir con él y Jone, su mujer, los rasgos de una humanidad marcada por el amor de Cristo. Recuerdo cuando, movido por esta fascinación, con 18 años llevé a mis padres a su casa y mi padre —que lo había tenido todo— me dijo al salir: «Realmente, me han dado envidia». En esas cenas, como en tantas otras con todo tipo de personas, se podía reconocer ese ciento por uno. También durante su estancia en Roma, donde Carras y Jone se trasladaron en 1998 a petición de Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, para hacerse cargo de las relaciones internacionales del movimiento e inaugurar la sede de su centro internacional. Y no solo porque acogían a todos, sino porque para ellos acoger a otros, dando de cenar o acompañando de la forma que fuera necesaria, coincidía con acoger a Cristo presente. También lo he visto en sus últimos días cuando, aceptando con paz todo el sacrificio propio de su enfermedad, me dijo: «En esta situación hay que ir a lo único importante. Estamos ya en el despegue, a la espera del gran acontecimiento. Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos».

Carras tenía un lema: Gana el que abraza más fuerte. Y no lo decía por un entusiasmo ingenuo. Pocas personas he conocido con su realismo. Es un abrazo que nacía de la conciencia de que Cristo está en el origen de nuestras relaciones y de que, por tanto, la verdadera comunión solo puede nacer de la memoria de Cristo presente. Otro aspecto en que he podido ver la responsabilidad con la que Carras vivía la tensión por la apertura al mundo es la unidad. Repetía incansablemente que la unidad es imposible para el mundo y que los demás podrán conocer quién es Cristo por el modo en el que nos amamos los unos a los otros. La unidad en toda relación y dentro de cualquier situación, pese a nuestro límite y pecado, es posible porque Cristo ha hecho de nosotros ya una sola cosa. Por eso es posible el perdón siempre y por eso nuestras relaciones pueden ser fuente de paz. Esa es nuestra gran aportación al mundo. De hecho, su gran preocupación presente hasta el último momento ha sido la unidad. Constantemente nos repetía: «Cualquier cosa que hagáis tiene valor solo si contribuye a expresar la unidad que nace de Cristo». También se lo decía desde su cama en estos últimos días a quienes —responsables o no— iban a verle. Es el gran legado que nos deja: la responsabilidad por la unidad, vivir entre nosotros la comunión que es fuente de la verdadera liberación. Es lo que hemos podido experimentar viviendo en casa con él y Jone estos últimos años.

Su matrimonio ha estado marcado por la entrega total a Cristo como fuente del afecto entre ellos y como horizonte a partir del cual valoraban todas sus decisiones de trabajo o del uso del tiempo. Han vivido su matrimonio dentro de la conciencia clara de la vocación personal a Cristo de cada uno de ellos. Por eso era una relación en la que se respiraba libertad y afecto plenos, en función de la construcción de ese trozo de Iglesia que es el carisma de Comunión y Liberación. Y por eso, la vida de Carras ha participado plenamente de la vida de Cristo, ha disfrutado de ella y ha experimentado la plenitud de la fecundidad de la que hablaba don Giussani: «Nadie es tan afortunado y feliz como un hombre y una mujer que se sienten hechos por el Señor padre y madre de todos aquellos con los que se encuentran».