Gambito de Dama. Jaque mate a la vida triste - Alfa y Omega

Gambito de Dama. Jaque mate a la vida triste

Isidro Catela
Bisla Johnsoton en el papel de Beth, la protagonista, y Bill Camp como Mr. Shaibel
Bisla Johnsoton en el papel de Beth, la protagonista, y Bill Camp como Mr. Shaibel. Foto: Netflix.

Si tuviéramos que hacer una de esas listas top 10 con las series más relevantes del último año, Gambito de Dama estaría, sin duda, en ella. Ha vuelto a poner de moda el ajedrez, asignatura pendiente, de esas con las que cada cierto tiempo volvemos a la carga, por si fuera conveniente introducirla en los planes de estudio de nuestro maltratado sistema educativo.

Gambito de Dama es una apertura de ajedrez que da título a esta miniserie norteamericana, un drama de siete capítulos de duración basado en una novela homónima de Walter Tevis. El lanzamiento en Netflix, el pasado mes de octubre, fue todo un bombazo. Muchos se lanzaron al indigesto atracón en serie y la devoraron de un tirón. Ahora, con un poco más de reposo y perspectiva, es un buen momento para escudriñar las razones de su popularidad y poner blanco sobre negro las casillas que tiene a favor y en contra.

El éxito es comprensible. La historia engancha desde el principio, ya desde el episodio inicial, porque nos atropella, en una jugada maestra, con la reconocible historia de una huérfana, prodigio del ajedrez, que ha de luchar, sobre todo, con sus demonios interiores para pulir el diamante en bruto que se atisba y para poder llegar así a lo más alto, como parece estar predestinada. Este, el de la libertad, es uno de los puntos más interesantes y polémicos de la serie, por el tratamiento que hace de las enfermedades mentales y de la dependencia de sustancias como el alcohol y las drogas. No es oro todo lo que reluce en el tablero.

Sin embargo, Gambito de Dama brilla como historia de personajes, con una magnífica ambientación de los años 50 y 60, y una trama en la que subyacen apasionantes batallas interiores contra la mediocridad y la tristeza. El ajedrez es aquí una metáfora potente, una tabla de salvación, en un retrato cuyas pinceladas más interesantes son las que apuntan precisamente ahí: a la redención que todo ser humano necesita.